Collage íntimo

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Trocitos...

martes, 3 de junio de 2014

La primera Comunión y la segunda Comunión

Querido hijo Salva:
No sé qué edad tendrás cuando leas esto, pero espero, de todo corazón, que te vaya todo muy bien y que seas muy feliz.
Te escribo esta carta-en-el-tiempo porque sentía la necesidad de escribir en mi blog sobre todo lo ocurrido esta semana pasada en torno a la celebración de tu primera comunión. No tenía muy claro a quién dirigir mis palabras y, se me ocurrió que, como siempre las dirijo a nadie-en-concreto, por una vez, para otorgarle la profundidad que requiere la ocasión, estaría bien dirigirla directamente a la persona interesada: tú.

Si no lo has descubierto ya, pronto descubrirás que muchas veces las emociones se viven de forma diferente a lo esperado. Recuerdo, por ejemplo, cuando leí aquella romántica monición en la boda de Andrés y Noelia y estuve llorando todo el tiempo, con aquella voz de pito y la nariz congestionada. Había leído aquel texto (que yo mismo escribí) varias veces en casa con total serenidad y solvencia pero en la iglesia, no sé qué me pasó. Quizá que estaba hablando del amor, de mi forma de amar a mamá…

Pero esto no viene al caso, quizá como ejemplo de lo inesperadas e impredecibles que pueden ser las emociones a veces. Me refiero, concretamente, al día que celebramos tu primera comunión: el pasado sábado, 24 de mayo de 2.014.

Como es lógico por tu edad, has estado ajeno a todos los preparativos y complicaciones que han surgido. Igual ya has sabido que inicialmente habíamos pensado hacer un almuerzo íntimo en familia, con los abuelos, titos y primos. Algo sencillo, sentaditos y sin complicaciones. Luego, empezamos a pensar en personas a las que íbamos a echar de menos, como nuestros tíos y primos, y algún que otro amigo (porque, todos, sería imposible) y cambiamos de idea. Ello suponía complicarnos bastante en la organización, pero, con un presupuesto solo algo mayor, podríamos invitar a mucha más gente. El tito Enrique nos ofreció la misma acogedora y bonita hacienda en Espartinas que había conseguido para Merceditas y solo quedaba elaborar un menú y dar cuatrocientos paseos al Makro, a la carnicería, a esto y a lo otro. La tita Mercedes se ofreció a hacernos unos litros de ese salmorejo tan rico que ella hace, la tita Marta un par de sus riquísimos brownies que tanto te gustan, Andrés nos recogería las tortillas de Kilómetro 1, en Bormujos, Yoyo se encargó de conseguirnos una freidora… Luego, el abuelo Salva nos ayudó con la impresión de los recordatorios y con la cizalla, Olga te prestó la chaqueta nueva de Álvaro, para que fueras hecho un pincel, Yoyo una chaqueta y una corbata de Armandito para que Quique fuera hecho otro pincelito. Mami estuvo planificándolo todo desde el principio, como solo ella sabe hacer, con mimo, con ilusión, con mucho trabajo y dedicación. No sé si recuerdas que hizo cientos de galletas, aquellas tuyas con el dibujo del recordatorio que yo te hice y las que regalamos a Armando y María. El tito Enrique nos acompañó y ayudó con las compras y organización y la prima Mari se vino el viernes con nosotros a ayudarnos con la limpieza y preparativos. Seguro que, como yo, todavía tiene metido en la nariz el olor de aquellas naranjas podridas que cubrían el Patio Zahorí cuando llegamos. Mami te preparó una mesa de chuches, chocolatinas y galletas verdaderamente impresionante. Con tanto amor, que la mesa estaba a rebosar… de amor. Ya habrás visto las fotos. Raquel, la madre de Alejandra nos regaló una caja enorme de bombones Lindt. Laura, la mamá de Martín, nos hizo aquellas grandes y preciosas flores de papel que la decoraban. Volvimos a colocar aquel "Photocall" tan chulo que había fabricado la tita Mercedes, esta vez con tu nombre y algunos adornos extra. Ya habrás visto en las fotos lo bien que lo pasó la gente posando poniendo caras con aquellos bigotes, sombreros y gafas… ¡Fue divertidísimo! Me acuerdo especialmente del primo Pedro, el hijo de mi primo Pedro, que no paraba de colocarse adornos unos encima de otros: las gafas, la peluca, dos sombreros, tres colgantes, un bigote, tres corbatas…jajaja.
Creo que debo recordarte cómo se portaron todos contigo: la gran cantidad de regalos que te hicieron, sin duda un absoluto aunque inevitable exceso. No sé si recuerdas cómo te insistí yendo de camino hacia la hacienda en que abrieras cada regalo con tranquilidad y dieras un gran beso y abrazo a quien te lo hubiera regalado, dándole las gracias y diciéndole que te encantaba… no como esos niños que abren un regalo detrás de otro, casi sin mirarlos y sin dar las gracias ni nada… Sinceramente, lo hiciste genial. Recuerdo cómo no eras capaz de articular palabra cuando te dimos la guitarra eléctrica que tanto deseabas tener. Recuerdo que yo te preguntaba insistente desde detrás de mi cámara de fotos: "¿Salvi, te gusta?" Y tú mostrabas esa sonrisa que me vuelve loco y no decías nada. Yo te volvía a preguntar y tú con la misma sonrisa silenciosa. "Hemos acertado", pensé, "No puede ni hablar".
Las malas lenguas me decían: "¿Pero, esto es un regalo para el niño o para el padre?" Y yo respondía al chascarrillo: "Para el niño, para el niño." Y pensaba para mis adentros: "Para mi niño de mi alma".
Espero que, a día de hoy, hayas aprendido a tocarla y seas algo así como el Jimmy Hendrix de Bellavista.
No sé si recuerdas el esfuerzo que hicieron Olga, Pepe y Álvaro, que tenían las tres comuniones ese día y tuvieron que repartirse y pasar unas horas en cada una de ellas. Y Ricardo, Mari Carmen y Paula, que tenían dos. Y Mili, Víctor, Elena y Victorcito que vinieron desde Chiclana para estar contigo.
Además, Olga y la abuela Ana nos habían echado una mano quedándose con vosotros mientras el jueves y el viernes hacíamos doble turno con los preparativos. ¡Qué suerte tenemos!
Por allí anduvo el tito Lolo haciendo fotos chulas de las suyas (porque yo andaba bastante atareado y, aunque iba haciendo, estaba en otras cosas) y encima nos hizo el favor de ir hasta casa porque, con las prisas, se nos había quedado allí la bolsa con las galletas de los recordatorios. Menudo lío.
Al final, un montón de gente nos ayudó a recoger todo, las mesas, las sillas, etc. Ricardo y Mari Carmen, El tito Fernan, Marta, el primo Juani…yo qué sé, mucha gente, seguro que se me olvida alguno (que me perdonen, eh, buen rollo…).
Igual ni sabes que el viernes a medio día todavía no habían arreglado aquella avería eléctrica que nos tenia en vilo porque a 24 horas de la celebración estábamos sin luz. Por allí andaban tres electricistas del ayuntamiento de Espartinas dando vueltas, con cara no sé si de póquer o de llevar un farol, tocando aquí y allá y diciendo de vez en cuando: "A vé, pruebe usté ahora". Y nada. A mamá le iba a dar algo. Cuando por fin vimos una bombilla encendida, rompió a llorar como una pava… la tensión acumulada, claro.
Por la noche, subí con el abuelo a llevar la chacina y el queso y la freidora y ahora la freidora no funcionaba. "¿Y cómo le digo yo esto a Elo ahora?", pensaba yo. La freidora me daba un poco igual, pero a mami le iba a dar un vahído, seguro… El sábado por la mañana Yoyo nos consiguió otra y agüeluco fue a buscarla muy tempranito, tan dispuesto y diligente como siempre…

Y tú dirás… ¿Aparte de para alargar el post, para qué me cuentas todo esto? Pues, por varios motivos.
Primero, para que tengas el recuerdo de muchas cosas que con el tiempo desaparecen de nuestra mente.
Segundo, porque quiero aconsejarte que nunca temas meterte en algún fregado gordo, en más complicaciones de las necesarias, a cambio de hacer algo que de verdad sientes como reunirte con tu familia y amigos. Que no te dé miedo ni pereza el trabajo, el esfuerzo, lo inesperado, los cambios, tomar decisiones… Que tengas la fuerza mental que ello requiere. Cuando pase el tiempo, aprenderás que la familia y los amigos es casi lo único de valor que tienes realmente en la vida y lo valorarás como se merecen.
Tercero, que cuando trabajas duro y pones el corazón, siempre aparecerá gente que te ofrezca su ayuda. Aparecerán manos de aquí y de allí que te aliviarán la carga y te allanarán el camino… Y ese golpecito de suerte que siempre se necesita. Es importante dejarse ayudar por los demás, porque requiere el ejercicio de la humildad y con ello también das la oportunidad a los demás de sentir el indescriptible placer que se siente cuando te olvidas de ti mismo para hacer algo por otra persona. Pocas acciones te van a reportar tanto placer como esa.

Y tú dirás… ¿Pero no ibas a hablarme de esas veces en que tus propias emociones te sorprenden? Pues, hijo, tienes toda la razón. Quería contarte cómo todos estos preparativos nos habían mantenido algo alejados de la profundidad y la trascendencia que la ocasión requería. Toda la semana previa corriendo de aquí para allá, sin poder estar un rato tranquilos para hablar, para reflexionar, para intercambiar unas frases sobre el significado de esa comunión que ibas a recibir, sobre cómo te sentías, sobre cómo me sentía yo… Y, claro, llegó el día. La noche, mamá y yo nos habíamos acostado cuando eran ya más de la una. Saqué mis "diazepanes" y le dije a mami: "Toma, mami, uno pa ti y otro pa mí". Y nos acostamos con el cuerpo repletito de cansancio y satisfacción. Todo estaba hecho. Bueno, faltaba la dichosa freidora, pero ¿qué más daba ya?
A primera hora lo de la freidora estaba resuelto y solo teníamos que hacer dos cosas: ponernos guapos y llegar a la hora (por una vez). Nos fuimos duchando, afeitando (eso solo yo, claro) y acicalando, vistiéndonos con nuestras mejores galas, todos estrenando ropita, barruntando ese maravilloso día que estaba por llegar. Recuerdo cuando os llamé para peinaros que os dije:
-Chicos, hoy un poquito de gomina, ¿eh?
Y vosotros, claro:
-¡Nooo, gomina nooo!
Y yo:
-Venga, que hoy tenemos que estar muy guapos que es la comunión de Salvita. Solo un poquito para que nos duren los pelitos en su sitio…
Y, claro:
-Noooooo, gomina, noooo…
Me acordé de Genaro, mi profesor de biología de BUP/COU y le cité:
-Que no estoy diciendo que si queréis que os ponga gomina. Que os informo de que os voy a poner gomina. A ver esas cabezas…
Luego el peinado con mimo, con la raya trazada con tiralíneas y los cabellos humedecidos, bien colocados. Sin prisa.
Recuerdo que Quique comenzó a decir esa frase que tanto os gusta decirme cuando os peino: "¡Papá, que no vamos a una boda! Y, a mitad de camino, cuando iba por la sílaba "bo" se detuvo y me miró sonriendo, como pillado…
Hicimos las cosas bien y llegamos muy prontito al Colegio Buen Pastor. Recuerdo que, por el camino, hablé por teléfono con Andrés (con el bluetooth, en abierto), con quien había quedado en la calle santo Domingo de la Calzada para darle el recibo para recoger las tortillas. Y me dijo:
-Quillo, que te estoy guardando un aparcamiento en la calle. ¿Tardas mucho?
-No, tío, vamos por San Francisco Javier. Dos minutos. Quillo, gracias, de verdad.
-Venga, te espero. Salvo que me tenga que pelear con un negro (hay "gorrillas" negros por esa zona), jajaja…
Y, cuando colgamos, preguntaste:
-Papá, ¿Andrés se va a pelear con un negro?
Mamá y yo no pudimos evitar reírnos con la ocurrencia. Te lo explicamos. Lo del negro y lo de ese gran amigo que es Andrés, que hace lo que se le pide y además, lo que no se le pide.

Y tú dirás, ¿pero, no me ibas a contar lo de esas emociones que a veces te cogen por sorpresa? Sí, hijo. Ya sabes lo pesados que somos los padres a veces. Y yo en especial. Pero es que quería aprovechar para insistirte en la importancia de cuidar y conservar a los amigos. Los amigos de la infancia con frecuencia acaban diluyéndose con el paso de los años, pero, con frecuencia también, se da el caso de que tiene uno la suerte y el talento de conservarlos para toda la vida. Para ello, hay que quererlos, cuidarlos, comprenderlos y tolerarlos aunque uno no los comprenda del todo. Ahora, día sí y día no, por esas tonterías del patio del colegio, vienes diciendo que ya no eres amigo de este o del otro y al día siguiente quieres que se venga casa con esa vehemencia de los ocho años que no sabe escuchar un no por respuesta. Sé que pronto madurarás y me gustaría que ese fiel sentimiento de amistad sea uno de los valores que gobiernen tu vida.

Una vez en el colegio, los encuentros, los besos, los piropos y las frases esperadas y necesarias. Los niños con sus corbatas de siempre, algo mejor compuestas de lo habitual. Las niñas con sus blancos vestidos y sus diademas de flores. Todos con esas sonrisillas nerviosas y el dulce dolorcillo de barriga de los grandes momentos. El alocado trámite de las fotos y el vídeo, la espera y, por fin, la entrada a la capilla.

Tuvimos la suerte de que nos tocara asiento en el primer banco y la perspectiva era estupenda. Pronto entrasteis todos, con vuestras manitas unidas delante del pecho y esas muecas de los labios nerviosos que se aprietan, se mueven y enseñan los dientes sin mucho control. La ceremonia se desarrolló de forma amable, íntima y recogida. Fuisteis participando a través de las lecturas y ofrendas y respondiendo a las preguntas del divertido padre Raúl, poniendo en evidencia que vuestra envidiable espontaneidad se mantenía intacta y que los nervios seguían haciendo de las suyas. Toda la ceremonia estuvo acompañada, de forma realmente hermosa, por unos bien elegidos cantos dirigidos por míster Miguel, aquel profe de inglés que estuvo unos años en nuestro cole. A veces con la guitarra, otras con el piano. La quietud de la capilla, vuestra imagen en el altar, la ceremonia reinante y la emotiva música envolviéndolo todo consiguieron emocionarnos hasta el punto que mami (al igual que otras muchas mamis) lloraban, sonaban suave y discretamente sus narices y enjugaban las lágrimas con cuidado de no echar a perder el trabajado maquillaje de sus ojos. Yo, que ya sabes que soy bastante llorón, también anduve hecho un trapillo, con un nudo en la garganta, los ojos como si me hubiera entrado arena y enjugando alguna lagrimilla empecinada en salir de mí. Yo miraba al padre Raúl, su rostro sereno. A la adorable seño Almudena, vuestra catequista y responsable de Pastoral del colegio. A la seño Manoli, seño de religión también. El rostro orgulloso y feliz de vuestra seño Valme, todo bondad y dulzura, como es ella. Observaba a los otros padres y madres en los primeros bancos, con los ojos humedecidos, a los fotógrafos y camarógrafos haciendo su trabajo con toda la discreción que podían, a míster Miguel que dirigía al coro con suaves movimientos de cabeza y cuello, pues tenía las manos ocupadas tocando las teclas del piano. Y todo era perfecto.
Tú andabas algo repatingado en tu silla pero, ya antes, en una "conversación de gestos" que habíamos tenido, me había comprometido (con un firme asentimiento con los labios ligeramente apretados) a no decirte nada más. Supongo que aquello también era perfecto porque no eras más que un niño. Haciéndote mayor, pero un niño.
Cuando llegó la hora de la comunión, el padre Raúl recomendó expresamente que se acercaran a comulgar aquellos que estuvieran preparados, es decir, quienes hubieran realizado la confesión. Me llamó la atención esa poco habitual advertencia expresa de algo consabido y pensé que igual había poca cantidad de formas consagradas. Dudé un poco, pues no me había confesado, pero deseaba compartir esa comunión contigo y di por supuesto que Dios daría por buena aquella pequeña desobediencia. Tras verte recibir tu primera comunión, me levanté a comulgar y volví a mi sitio, donde me arrodillé y uní mis manos sobre mis ojos cerrados.
"Por favor, Dios mío, dame tiempo", recé inesperadamente. "Gracias por este día, por mis hijos y mi esposa, por mi familia. Gracias por todo lo que considero una maravillosa vida". Y ahí me rompí del todo, llorando discretamente, con la cara tapada por mis manos en el gesto natural de la oración. "Permite que crezcan sanos y llenos de bondad y dame tiempo para verlo…" Me sentí mal por ese impulso egoísta de pedir por mí pero, hijo, así brotó desde mi corazón. Llevaba un par de semanas con una especie de bulto en la pierna izquierda que me tenía preocupado. Ya sabes que yo no soy muy asustón para estas cosas de la salud. Mami suele asustarse más y yo tiendo a quitarle importancia a las cosas y a pasar un poco. Pero el bulto había crecido y recurrí a consultar con Cristina, una compañera radióloga del hospital, para que me echara un vistazo con el ecógrafo. Esto fue el miércoles antes de la comunión. Me dijo que era líquido y que no parecía verse nada más, aunque no sabía muy bien de dónde había salido. Se me vino encima un ramalazo de hipocondríaco y comencé a pensar demasiado en tumores, diagnósticos y en la muerte. Una estupidez, claro. Lo más probable, según me han dicho luego dos traumatólogos es que sea algún tipo de derrame fruto de un traumatismo. Pero esa semana fue dura. Muy dura. A mami no le conté nada de esto porque bastante teníamos ya con el problema de la luz, las galletas, la freidora y los contratiempos como para que yo le pusiera la cabeza en órbita con mi bultito. En fin, te cuento todo esto porque probablemente, dentro de unos años, cuando leas mi blog, esto se nos haya olvidado y quiero que sepas que aunque tuve ese impulso egoísta de pedir en primera instancia por mí, eras tú en lo único que pensaba, en tu corazón, en tu futuro, en tu cuerpo espigado, en tus grandes paletas de conejillo, en tu pelo engominado a regañadientes, en tu impaciencia con los besos que te tiraba y mis insoportables indicaciones sobre cómo sentarte adecuadamente, en los celillos que le tienes a tu hermano, en cómo me duele no ser capaz de conseguir que sufras menos, que no te enfades, que comprendas cuánto me duele cuando te riño, castigo o doy un catecillo en el culo. Pensaba en ti, en cómo sería tu futuro, tu vida. En cómo esquivar todos los escollos que nos van a amenazar bajo las olas. Pensaba en lo orgulloso que me siento de ser tu padre y en la imposibilidad de describir cuánto te quiero.

Ayer fuimos a misa otra vez y recordé cuando días antes de tu primera comunión nos preguntaste "¿Y la segunda y tercera comunión cuándo son?" Estuviste sentado a mi lado, nos cogíamos la mano. Yo te explicaba cosas.
-Papá, ¿y me van a dar vino?
-Creo que no, hijo. En las misas normales no suelen darlo.
-¿Solo la hostia?
-Normalmente sí.
-Ahora vamos y cuando el sacerdote te diga "El cuerpo de Cristo" tú abres la boca… ¿Sabes lo que tienes que decir?
-Sí, "Amén".
-Muy bien. No vayas a hacer cosas raras con la boca con la hostia dentro, eh… Luego te vuelves derechito a tu sitio, te arrodillas y rezas un ratito. Cuando acabes, te sientas normal y ya está.
Cuando estábamos los dos arrodillados le miraba con el rabillo del ojo y veía cómo estaba mirándome él a mí. Cuando me incorporé para sentarme, él hizo lo mismo, como si hubiera estado esperando esa señal para saber que ya era el momento.

Te quiero con toda mi alma, hijo. Felicidades por tu Primera Comunión.
Gracias por mirarme de reojo.

--
Salvador Terceño Raposo

8 comentarios:

Willie dijo...

Enhorabuena, Salva.
Gracias por poner en palabras lo que los demás solo somos capaces de sentir pero no expresar.
Me alegro que ese bultito no fuera nada.
Un fuerte abrazo,
Willie

Yoyo dijo...

Enhorabuena, realmente precioso, y gran regalo que le acabas de hacer a tu hijo. Yo diría que el mejor! Felicidades

andres casas dijo...

QUERIDO AMIGO Y FAMILIA
No me salen las palabras éstas que parecen pararse en la "vía descendente" de la respuesta motora cerebral...pero lo bueno del corazón es que al ser el único musculo estriado de carácter involuntario te capacita para SENTIR SIN HABLAR ....QUE OS QUIERO

Que gracias por vuestro calor familiar y sentirnos tan agusto a pesar de correr detras de estos dos mnelones de mis hijos a los que amo durante casi toda la celebración

Que gracias por disfrutar de vosotros y de esa charla-consejo-riña-aprendizaje que me supone cada vez que puedo abrazar a tu padre y "discutir" con el .

Que gracias por contar con nosotros aunque sea para "discutir" con un "aparca-coches de color" ya sabes que no soy muy amigo de los eufemismos.

que gracias una vez mas acercaros a nuestra emociones casi "sin hacer ruido"

.....y gracias por esa magistral y talentosa definición de ese AMOR plasmado en un GIÑO



gracias por ese giño Y POR EL AMOR QUE LE PONEIS.

Salva & co. dijo...

Hola, Willie! Muchísimas gracias por tus palabras. El bultito, ahí andamos... tratando de reducirlo. pero bien. espero que esteis todos bien. ¿Cómo va esa pintura, crack? Un fuerte abrazo.

Salva & co. dijo...

Hola, Yoyo, muchísimas gracias. La verdad es que nunca lo he visto como un regalo porque para mí es una necesidad. Pero bueno, cuando lo lea espero que lo disfrute. Besitos y muchas gracias, guapi.

Salva & co. dijo...

Querido Anfdrés: me encantan tus explicaciones fisiológicas de todo esto. El placer y el disfrute fue nuestro, de poder teneros por allí, aunque fuera correteando detrás de los dos meloncitos. Igual para la comunión de Quique ya son medio independientes y os permiten tomaros una cerveza más tranquilos. Mil gracias por tu cariño, tus palabras y el cariño que has regalado a Salvita con tu carta incluida en el regalo que le hicísteis. Tiene un toque especial que solo puede darle alguien especial.
te quiero, amigo. Un beso.

Reyes dijo...

Que bien, que bonito, cuanto sentimientos. Yo estuve alli, compartiendo con mi marido y mis hijas, esos ratitos tan buenos, que nos hicisteis pasar, gracias, por acordarte de nosotros, gracias por lo genial de todo, gracias por el esfuerzo que hicisteis (yo ya he pasado por tres comuniones) y gracias por esta entrada.
Me alegro muchisisisimo de lo de tu cosita no fuera nada. (también se del susto que se pasa).

Un beso muy apretadito a ti, tu mujer y tus hijos.
Reyes

strtod dijo...

A mi nietuco, Salva III:
Ya sabes, querido Salvita... el güelu siempre tarde... pero siempre por un por qué. Y en este importantísimo momento de tu vida, ya te lo expliqué cuando te entregué mi regalillo: Todo lo mundano debe ser después del día en que Jesús llegó a tu corazón por primera vez, para no distraerte de lo fundamental. Y hoy, también después de las aglomeraciones que origina tu padre en los primeros días.
Eres muy afortunado, nietín. Tú ya te vas dando cuenta, porque eres "espabilau". Pero yo quiero recalcártelo, porque como estás bien educado sabrás agradecerlo. ¿A quién? Hoy, al Niño Jesús, tu mejor amigo. Mañana y siempre, a Dios, el Padre que te ama a tope. ¿Qué cómo puedes saber que te ama? Mira a tu alrededor: a papá, a mamá, a Quique... a tus abuelos de la tierra y al que te contempla y te ayuda desde el Cielo... a los titos y primos, tantos y tan buenos... y, muy importante, a tus profesores y catequistas... No dejes de mirar y de valorar a tus amigos y a los amigos de tus papás... ¡Cuánta gente, verdad? Pues todas esas personas las ha puesto cerca de ti tu mejor amigo, Jesús de Nazaret. Y tienen una cosa en común: que te quieren mucho: por eso te las ha dado Dios. ¿Tienes que darle gracias, o no? Pues que no se te olvide ningún día, porque así le demostrarás que tú también le quieres a Él.
No quiero ser pesado, nietín, Si hoy no me entiendes del todo, ya me entenderás, verdad?
Ah!!... dile a papá que ya hablaré yo con él... y de varias cosas...
Y dile a Andrés (te daré una propinilla, por los recados) que quite lo de riña, que no es mi intención.
Y a todos los amigos, mi agradecimiento por serlo.