Collage íntimo

Collage íntimo
Trocitos...

martes, 10 de diciembre de 2013

Las Navidades de mi infancia

Las navidades de mi infancia se componen de retazos, de frágiles recuerdos conservados como quien conserva una preciada reliquia. Mis recuerdos, son como esos viejos y delicados paños de otros tiempos que se guardan con mimo; débiles, evocadores, incompletos… pero se grabaron con tal fuerza en aquel pequeño corazón mío que, ni aunque lo deseara con todas mis fuerzas, podría deshacerme de ellos.
En ellos, en mis recuerdos, aparecen muchas personas que ya no están, y un fino tul violeta los cubre sin remedio. Y mientras sonrío al rememorarlos noto cómo por dentro algo se rompe en un sordo e intemporal desgarro. Pero son pequeños recuerdos inmensamente felices, como sólo pueden serlo los de los niños de aquella época en que se disfrutaba sin necesidad casi de nada. Recuerdos felices, familiares y sencillos, carentes de opulencias o extravagancias.
No puedo pensar en las navidades sin acordarme de mi abuela Matilde y de las nochebuenas en su casa. Todos los tíos y primos de mi familia materna reunidos bajo el ala de la gran matriarca. Con dificultad, recuerdo algo de cuando aún vivía mi abuelo Fernando; inicialmente muy incapacitado, finalmente encamado. Pero son recuerdos muy vagos y algo lúgubres poco relacionados con la navidad, más bien con la ternura y el reparo que nos producía aquel abuelo que siempre estaba malito.
Mi abuela Matilde hacía cada Nochebuena una sopa tradicional navideña. Una sopa de picadillo que siempre hemos llamado "Sopa Pombe" e ingeríamos con deleite. Era un caldo de puchero con hierbabuena y taquitos de jamón, patatas fritas y huevo duro, picatostes y albondiguitas. Cada cálida cucharada te transportaba a la Nochebuena anterior y hacía que se te cayeran un poco los mocos de ese catarro invernal que nunca se iba. Cada Nochebuena y por aclamación popular, la abuela Matilde cocinaba también sus famosas croquetas de sabor y textura inigualables. Eran devoradas con fruición y, tan deseadas que, a veces, si tardabas en llegar corrías el riesgo de quedarte sin ellas. Ahí no existía el orden, ni la ley, ni la familia. Fuente sacada, fuente devorada.
Otro de los sabores que tengo grabados en la memoria gastronómica de aquellos años es el de la Tortera de mi abuela. Una especie de gran mantecado con canela, clavo y adornada con filigranas de azúcar molida y canela en polvo al que fui adicto durante muchos años. Me encantaba ver la habilidad con la que, en medio minuto, recortaba el círculo de papel plegado, haciendo una sencilla plantilla para decorarla.
Cuando se acercaba la media noche, el niño Jesús nos dejaba juguetes en la salita a la que íbamos todos corriendo y chocándonos aparatosamente por el pasillo. Cuando los niños nos convertimos en medio-personas, mi abuela se había convertido en medio-anciana y los juguetes fueron sustituidos por el tradicional reparto de billetes de mil pesetas que recibíamos con disimulado entusiasmo.
Algunos villancicos se cantaban, claro. Acompañados por aquellas viejas panderetas de plástico decoradas con dibujos de niños con burritos y medio huérfanas de sonajas, el rin rin de una botella de anís frotada con un cubierto y algún cacharro de bronce de los que tenía mi abuela decorando el salón. No cantábamos muy bien, pero cantábamos, que al fin y al cabo era lo importante.
Luego, al salir para casa, con nuestros pasamontañas, bufandas y trenkas bien apretadas, siempre escuchábamos aquella frase inolvidable de "las boquitas, cerradas" y corriendo hacia el SEAT 131 que nos esperaba a la vuelta de la esquina. Al subir los cinco al coche (o seis, si ya estaba Nacho) los cristales se empañaban inmediatamente y mientras escuchábamos el tintineo de la alianza de mi padre en el parabrisas al pasar la mano para desempañarlo, comenzábamos a hacer dibujitos con nuestros finos dedos en los cristales. Mi madre sus caritas de niñas, tan sutiles y perfectas. Nosotros, pues cada uno a su estilo. A mí me gustaba jugar a imitar las muñequitas de mi madre hasta conseguir la imitación perfecta y luego, claro, ¿cómo no?, mis monigotes de siempre. Había que repartir el cristal porque todos queríamos pintar y la superficie era limitada, por lo que con frecuencia terminábamos con algún enfurruñamiento que volaba pronto porque estábamos en Navidad y los Reyes magos andaban siempre mirando… ¡Niños, portaros bien, he visto por allí el brillo de una corona! Y volvía el orden al interior del viejo SEAT 131.
Durante las vacaciones, mucho juego en el patio. Los petardos y las bromas nunca faltaban. A falta de medios, siempre andábamos inventando cosas. Como aquella vez que Marta y yo nos dedicamos a echar en los buzones de los vecinos mensajes tontos escritos con la vieja máquina de escribir que no tenía eñe. Los monigotes pegados en la espalda y las bromas que año tras año comprábamos en Pichardo, en aquel travieso ritual de la mañana del día de los inocentes: los "quema-culos", los molestos "pica-picas", los chicles amargos, los azucarillos con mosca, las heridas "de pega", la tinta invisible, las bombitas de peste, las cacas de plástico… Todo un catálogo de "pequeñas e inocente maldades" que animaban un poco el ambiente y siempre nos regalaban unas buenas carcajadas.
El día de nochevieja siempre lo pasábamos con mi familia paterna. Las familias de mi tío Joaquín y de mi tía Conchi, con la siempre amable presencia de mi abuelo Pedro luciendo su frondoso pelo blanco y, tras sus gafas de pasta, aquella mirada algo triste que no podía evitar interrogar al mundo. No faltaba cada año el ritual del brindis tradicional de la familia: "¡Ausentes y presentes, de aquí en un año…!". Siempre preparábamos un juego que solía ser el celebérrimo (y casi único por aquella época) "Un, dos, tres… Responda otra vez" que nos embelesaba cada noche de los viernes. Nos repartíamos los personajes y nos disfrazábamos: uno hacía de presentador (Kiko Ledgard, por aquella época) y los demás hacíamos las actuaciones. Preparábamos pruebas para las tres habituales fases del concurso, "las preguntas", "la eliminatoria" y "la subasta". Hacíamos "playbacks" y contábamos chistes y quiero pensar que los padres se lo pasaban pipa con nuestras gracias y monerías…
Luego, las uvas con la mágica y accidentada cuenta atrás. Los incontables abrazos, besos, "tequieros" y deseos para el año que recién comenzaba. El primer anuncio del año y los especiales de Nochevieja con los números musicales enlatados de los grupos del momento, risas con los Gila, Tip y Coll, Eugenio, etc… y luego, los indispensables Martes y Trece. Cada año, grabábamos su especial y lo poníamos durante meses hasta aprendernos los gags de memoria, lo cual nos servía para conseguir unas buenas risas durante todo el año.
Hacia las tres o cuatro de la mañana, sólo para adultos (¡niños, al cuarto!), el tradicional espectáculo con chicas ligeritas de ropa. El año que Sabrina nos enseñó la teta creo que nadie lo vio porque todos andábamos revolucionados hablando de "la teta de Sabrina".
Finalmente, la esperadísima fiesta de los Reyes. Los nervios más atenazadores se apoderaban de nosotros, llenándonos de intranquilidad, tics, movimientos incontrolados, ansiedad e insomnio… sólo por una noche. Finalmente caíamos rendidos y, tras escasas horas de sueño profundo, despertábamos con aquellas preguntas en la mente: ¿Habrán venido ya? ¿O todavía no? ¿Estarán ahí ahora? ¿Qué hago si me los encuentro? ¿Qué hora será? ¿Me levanto ya? ¿Qué ha sido se ruido? Y, al final, tras minutos de tensa espera y atenta escucha, me deslizaba lleno de arrojo hasta el contiguo dormitorio de mis hermanas. La casa estaba en calma. Ya con el apoyo de los refuerzos el camino por el largo pasillo se hacía más asequible y ridículamente apiñados conseguíamos alcanzar el salón con cierta rapidez. Al poco tiempo, nuestros ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad y distinguíamos con facilidad los bultos distribuidos por los sofás y la mesita baja. Suspiros de alivio. Nos acercábamos a tientas y toqueteábamos un poco con la intención de intuir la naturaleza de algunos objetos. Y algo intuíamos, claro. Luego, a la cama de nuevo con esa paz en el alma que sólo dan los sueños cumplidos. Tras dormir unas horas, de nuevo nos buscábamos los unos a los otros y corriendo al salón en esa segunda expedición a plena luz del día, exultante, sin precauciones ni miedos, con la única incógnita de que encontraríamos bajo los envoltorios. Aquel coche deportivo teledirigido de color blanco (¡sin cables!) que me esperaba detrás de una cortina es quizás de los regalos que más recuerdo de mi infancia. Probablemente lo destrocé en cosa de unos días, porque la magia es magia y los milagros son otra cosa…
El día de Reyes, todos los niños bajábamos al patio a presumir de nuestros nuevos juguetes y a conocer los de los demás y pasábamos todo el día jugando hasta que nos arreglábamos para ir de visita obligada a las casa de abuelos y tíos a recoger el resto del botín. Y prontito a casa, que al día siguiente había cole…
Tras muchos años, hoy sé que parte de la persona que soy y parte de la felicidad que hoy siento proviene del recuerdo dejado en mi alma por aquellas hermosas sensaciones y vivencias infantiles. Aquella sencillez, aquella cercanía, aquella bendita precariedad que nos proporcionaba suficiente de todo y mucho de nada…
Quizá sólo mucho de cariño y cercanía, de sencillez, de amor por las tradiciones y por la familia. 

jueves, 14 de noviembre de 2013

Enganchado a las "TED TALKS"

Estamos en la supuesta y manida "Era de la información" y, paradójicamente, nos invade, rodea y aturde tal cantidad de desinformación que resulta a veces imposible llegar a certezas si no sabe uno dónde y cómo buscar. Hoy día cualquiera puede subir contenidos a la red exentos de las oportunas comprobaciones o filtros de calidad. La red está llena de "ruido" y "redundancias". A menudo, cuando realiza una búsqueda, uno tiene que dedicar horas a escarbar entre semejante maremagnum hasta obtener lo que necesita.
En prensa y televisión se dan situaciones semejantes.
En la prensa escrita en papel o en la red, hay tantos medios, tan vinculados a orientaciones políticas o ideologías de pensamiento que resulta difícil discernir la verdadera información, veraz, honesta y fidedigna, de la marrullería periodística manipuladora de palabras e intenciones. Entiéndase bien, en todas las ideologías. Sin excepción.
Para colmo, la necesidad de "rellenar" y vender periódicos a diario... con la falta de novedades que por desgracia se aqueja nuestro maltrecho mundo.
La prensa deportiva es un caso aparte. Que varios diarios deportivos "echen" a la calle sus periódicos cada mañana con algún contenido medio interesante es difícil de asumir. Aunque, desde que tenemos (pan y) fútbol todos y cada uno de los días de la semana, la tarea se vuelve más manejable.
Lo de la tele es de traca. El crecimiento del número de canales desde la entrada en funcionamiento de la TDT ha sido exponencial y contrasta la envergadura de la oferta televisiva con la ínfima calidad de ésta. Gustos hay para todo y no tengo intención de entrar ahora en semejante fregado, pero, ¿cuántas veces os ha pasado eso de disponerte "a ver qué ponen hoy" y volar sobre los "nosecuántos" canales sin que te entren ganas de quedarte a ver ninguno de ellos?
El problema es que, al final, nos quedamos con alguno de ellos, el que nos parece menos malo, porque no contemplamos la alternativa de hacer otra cosa. Mi alternativa la tengo clara: ver alguna película o algún capítulo de algunas de las maravillosas series que hoy día se hacen. Los descargo o los veo online, eligiendo lo que veo, cuándo lo veo y sin anuncios.
Al final, el análisis es el de otras veces. Ni Internet ni la Televisión son "malos". Depende de cómo se usen. Venga, voy con la "parábola del bisiturí". Un bisturí, según se use, puede ayudar a salvar vidas o a acabar con ellas en un asesinato. Otra: La sexualidad puede ser una hermosa forma de expresar amor a la persona amada, pero también una indeseable, deleznable y denigrante forma de explotar a personas (habitualmente mujeres).
Odio cuando la televisión está siempre encendida por costumbre. Mi primera recomendación es tratar de que suela estar apagada y encenderla sólo a la hora de ver un programa concreto. En la televisión hay buenos programas, series y, a veces, hasta películas. hay que "escarbar" un poco, como en Internet.
Internet, además de la oferta de productos comerciales "online" (películas, series, contenidos televisivos y radiofónicos a la carta, etc.) ofrece innumerables contenidos a través de múltiples plataformas: desde las propias páginas web hasta las plataformas tipo Youtube, Vimeo, etc.
Esta entrada viene al caso para compartir uno de mis últimos hallazgos. Hace poco, en una conferencia, el ponente recomendó las "Ted Talks". Pensé que se trataría de uno de esos programas estadounidenses ubicados en "prime time". Un "Late Night Show" presentado por algún tipo canoso y carismático llamado Ted. Me planteé buscar información pero se me fue pasando. Días después, en Facebook alguien compartió una de estas "Ted Talks" y me decidí a verla.
Se trataba de una charla-poema del poeta canadiense Shane Koyczan llamada "To this day..", "Al día de hoy..." por el abuso y la belleza. Una valiente, bella, desgarradora y conmovedora conferencia-poema de 12 minutos en la que denuncia el abuso (bullying) al que fue sometido en su infancia y al que son sometidos miles de niños a diario en los colegios e institutos de todo el mundo (aunque da la impresión de estar casi institucionalizado en norteamérica).
Os dejo el enlace:

Definitivamente me he engnachado a las TED TALKS.
TED es una organización fundada en 1984 por Richard Saul Wurman a raíz de la observación de la poderosa convergencia entre la TECNOLOGÍA, EL ENTRETENIMIENTO Y EL DISEÑO, palabras que determinan las iniciales del acrónimo T.E.D.
Su slogan es "Ideas worth spreading", es decir, "Ideas dignas de difundirse" o algo así. Las hay de todo tipo, educativas, motivadoras, científicas, etc. En su página web y en la aplicación del ipad se puede definir el lenguaje de los subtítulos para ponerlos en español. para colmo, nos ayudará a practicar o desoxidar nuestro inglés.

Bueno, esta es la página:

Por si queréis comenzar con alguna recomendación para luego ir buscando las de vuestro gusto, os dejo los enlaces de varias que he visto:

Sir Ken Robinson. "How schools kill creativity?" ("Cómo matan las escuelas la creatividad")

Tony Robbins: "Why we do what we do?" ("¿Por qué hacemos lo que hacemos?")

Jill Bolte Taylor: "Powerfull stroke from insight" ("El poderoso derrame de iluminación")

Simon Sinek: "How great leaders inspire action" ( "Cómo los grandes líderes inspiran la acción")

Hans Rosling: "The best stats you've ever seen" ("Las mejores estadísticas que jamás has visto")

Alison Gopnik: "What do babies think?" ("¿En qué piensan los bebés?")

Dan Gilbert: "Why are we happy?" ("¿Por qué somos felices?")
http://www.ted.com/talks/dan_gilbert_asks_why_are_we_happy.html

Pattie Maes: "Demos sixth sense" ("Demostrando el sexto sentido")

Espero que las disfrutéis tanto como yo.

martes, 3 de septiembre de 2013

El tercer beso

Hace unos años me ocurrió una cosa. Creo que ya lo he contado alguna vez. Tras terminar de leer un libro ("Los premios", de Julio Cortázar) lo cerré y, de forma imprevista e impulsiva, besé su cubierta. En principio me pareció un gesto de lo más inocente y natural, lógico hacia "quien" te ha acompañado y hecho feliz durante un buen tiempo. Luego pensé: "¡Pero, seré gilipuertas!". El día que, tras disfrutar de una buena película, me dé por irme a la pantalla a plantarle un besazo me van a tomar por loco. Pero con los libros es diferente. Ellos te acompañan durante mucho más tiempo, en soledad, en silencio, susurrándote a los ojos y acariciándolos con las finas patitas de sus diminutas letras, transportándote a otros mundos, elevándote mediante el difícil arte de volver las palabras hermosas el sencillo oficio de narrar historias. Tampoco esto ocurre con todos los libros. No nos creemos falsas ilusiones. Hay muchos libros que aportan la satisfacción de una historia magnética, unas tramas bien urdidas y un desarrollo eficaz y solvente pero, no obstante, no abundan aquellos en los que lo que destaca es el arte de la literatura. El libro que me estoy leyendo actualmente ("Corre, Conejo", de John Updike) me ha regalado dicho placer desde la primera página. En ella, recién comenzada su lectura y ajeno por completo a lo que ocurrirá en ella y a si su final será feliz o amargo, he encontrado más literatura y más placer que en cualquier otra media docena de libros escogida al azar. Es más, ya sé que, casi con toda seguridad, acabaré morreándome con este libro…
Pero, no quiero distraerme de lo que ocupa esta entrada: los besos. Aquel fue un primer beso extraño en mi vida. ¿Qué demonios era eso de besar un libro? ¿Iba aquello a convertirse en una costumbre? ¿Sería el primer síntoma de una grave enfermedad mental? Nada de eso (supongo). Mi vida transcurrió como solía durante un tiempo que no sabría determinar, ni importa mucho. Hasta aquel día en que presencié una breve, impactante y conmovedora escena. Caminaba yo distraído por la avenida de Ramón y Cajal hacia casa de (mi, entonces, novia) Elo, cuando veo salir de una farmacia, ubicada en unos soportales a mi izquierda, a un yonky de aspecto famélico y sucio. Llevaba algo entre sus manos y, en ese preciso momento, se lo acercó a la boca y lo besó. Asía, con la mayoría de sus ennegrecidos dedos, una jeringuilla nueva y empaquetada. Fue un beso rápido y apretado, todo lo que la sonrisa que arqueaba sus labios le permitía. Mientras, caminaba con cierto aire de triunfal felicidad.
¡Un yonky dándole un beso a una "chuta" nueva! Esa imagen quedó grabada en mi alma. ¿Cuántos amigos habría perdido ya por el SIDA o la hepatitis? ¿Cuánto tiempo llevaría enganchado? ¿Cuántos chutes haría que no disponía de una jeringuilla limpia? ¿Cuánto meses sin sonreír ni sentir algo parecido a la ilusión? Es posible que en esa farmacia solieran facilitar jeringuillas a los drogadictos con la lógica intención de disminuir su riesgo de padecer enfermedades potencialmente letales. Es posible que, en contra de los deseos de la propietaria, fuera una de las empleadas la que, a escondidas, regalara las jeringuillas a los drogadictos, jugándose el tipo por unos férreos valores solidarios. ¡Yo qué sé! Sólo sé que aquel beso no paraba de dar vueltas en mi cabeza y me hacía pensar y pensar. Pensar en la vida de aquel hombre degradado, de aquel despojo humano condenado a una vida marginal y a una, más que probable, cercana muerte. Pensar en todas esas cosas en las que no solemos pensar. E, instintivamente, reapareció en mi memoria aquel antiguo beso al viejo libro de Cortázar. Y me pareció que se unían en un todo que aún estaba incompleto, falto de una tercera entrega que lo redondeara en forma y fondo, como un tríptico, un trisquel o la mismísima trilogía de "El Padrino".
Pueden haber pasado entre diez y quince años desde el segundo beso: aquel beso de la necesidad dado a una jeringuilla por una boca séptica. Todo este tiempo me he descubierto buscando "el tercero" por todas partes, sin tener la más remota idea de por dónde iba a llegar. A veces he querido hallarlo en el tierno beso depositado por una cuidadora en la frente de una anciana enferma. Otras veces, al reconocerme en la ternura de otro padre hacia su hijo pequeño…
Pero, no contaba con que ese tercer beso pudiera ocurrir en otra ciudad y llegar a mí narrado por una tercera persona, sin que mis ojos hayan tenido la suerte de presenciarlo. Y diréis: ¿Y cómo puedes estar seguro de que ése es el esperado "tercer beso" si ni siquiera lo has visto? Pues lo estoy.
Tengo una amiga que cuida de su padre con regularidad: todos los lunes y un fin de semana al mes. Es una maravillosa gran familia y todos los hermanos reparten equitativamente la dura y placentera carga. La madre falleció hace tres años y el abuelo acaba de cumplir ochenta y ocho añazos, aunque nadie lo diría por la forma en que le pirra maquearse y tirarse para la calle a dar un paseo. Señor sabio y pinturero; viste siempre con traje, corbata y sombrero, e igual disfruta de un cafelito con churros que de un oloroso y media de jamón, mientras su hija, le cuenta sus cosas y todo lo que pasa en la plaza, sustituyendo a unos ojos gastados que sólo dejan pasar un trocito de mundo.
A finales de agosto se ha cumplido el tercer aniversario del fallecimiento de la madre y celebraron una misa a la que acudió toda la familia.  Ese día, estando en la casa con él, ocurrió una escena profundamente conmovedora. En un momento dado, mi amiga volvió la mirada hacia su padre y lo descubrió acercándose a besar una foto de la madre que suele estar, como es costumbre en nuestra tierra, entre la ropa de la mesa de camilla y el cristal que la cubre. La acariciaba y la besaba suavemente de forma repetida, con tanta dulzura que a mi amiga se le quebró el alma. Tanta ternura, tanto amor, tanta añoranza tras una vida juntos y, ahora, tan sólo poder besar el recuerdo impreso en una vieja fotografía.
"¿Adónde van los besos que no damos?", decía la letra de aquella canción. Y, ¿adónde van los besos que damos a los objetos, a aquellas cosas que nos aprietan el corazón y nos emocionan? El beso a la vieja foto emocionó a mi amiga y la hizo llorar. Escribió un hermoso texto (hablando de la emoción de ese momento y de la maravillosa persona que fue su madre) que nos envió por correo a varios de sus amigos más cercanos. Todos nos emocionamos y revivimos situaciones, emociones y pérdidas propias, volviendo a notar nudos en la garganta y el duro sabor salado de las viejas lágrimas. En ese momento sentí que quería más que nunca a Elo y que no merecía la pena discutir por aquella tontería que ahora ni recuerdo. Probablemente, ella sintió algo de paz y eso ayudó a que no gritara a los niños por haber dejado tiradas las toallas tras secarse. Telefoneé a mi padre y a mi madre porque necesitaba sentirlos al otro lado del teléfono. Quiero pensar que ellos, al recibir mi llamada y sentirse cuidados, igual decidieron coger a su vez el teléfono y llamar a alguien a quien debían de llamar hace tiempo. Quizá charlaron un rato con mi hermana Pilar, que vive fuera y siempre anda más solilla… Igual ella recibió una llamada en el momento justo para recibir un ánimo que le faltaba e, igual, sus pacientes lo notaron aquel día…
Nuestros amigos respondieron a su correo explicando la misma conmoción golpeando sus almas en la paz de las tibias y largas horas de los días de agosto. Quiero imaginarles haciendo lo que yo: sintiéndose invadidos por la inefable fuerza de aquella imagen, corriendo a transmitir a sus seres queridos la onda expansiva de aquellos pequeños besos sobre el cristal que cubría la vieja foto.  Aquellos besos humildes, añorantes, íntimos… constituyen, sin ningún lugar a dudas, todo lo que desde hace años esperaba como "el tercer beso". Por cómo y de quién brotaron, por cuánto conmovieron, por la forma en que me llegaron sin haberlo presenciado, por todo lo que llegaron a provocar y quizá sigan provocando... 
Gracias, Don Balbino. La esencia de todo lo bueno, de todo lo hermoso, tiene reflejo en cada cosa que ha hecho y creado. Señor, tiene usted talento hasta para dar besos.
Gracias, querida amiga.


miércoles, 14 de agosto de 2013

Ya ha ocurrido... ¡Una sala de cine vacía!

Ya ha ocurrido.
Sabía que tarde o temprano ocurriría, pero uno no acaba de hacerse a la idea por mucho que lo espere. Ayer, lamentablemente, vi una película en una sala de cine absolutamente vacía. Bueno, sin otros espectadores que nosotros, quiero decir. Ejem.
Durante los últimos años he visto películas en salas casi vacías, con apenas cinco o seis solitarias personas agrupadas en parejas o pequeños grupos. Cuando fuimos a ver "The artist" éramos cuatro; recuerdo que nos hicimos una foto con el móvil y todo. En "Midnight in Paris", quizá siete. En "Django desencadenado" recuerdo claramente que éramos seis personas, dos grupúsculos de tres amigotes. Y siempre pensaba, "cualquier día de estos veremos una peli en una sala vacía..." Y ya ha ocurrido.
Entiendo que ayer era 12 de agosto y la sesión fue a las cuatro y cuarto de la tarde. No obviaré estos aspectos. Comprendo que la película no es, precisamente, una película comercial al uso, como otras en cartelera como la nueva de Matt Damon o "Lobezno inmortal", las infantiles "Aviones", "Gru 2" o "Monstruos University". Se trataba de "Antes del anochecer", tercera película (y última) de una trilogía dirigida por Richard Linklater, iniciada en 1995 por "Antes del amanecer" y continuada en 2004 por "Antes del atardecer". Sin duda, de obligado visionado previo.
La trilogía desgrana la historia amorosa de Celine y Jesse desde su primer encuentro veinteañero en Viena (Antes del amanecer), pasando por su reencuentro en París una década después, barnizados por una joven madurez (Antes del atardecer) y, como no podía ser de otra manera, la evolución de su relación, su madurez y sus crisis en la embrutecedora y erosiva convivencia como padres de familia (Antes del anochecer).
 
Algunas críticas:
-"Uno de los grandes romances del cine de la era moderna alcanza su expresión más rica y completa en esta tercera entrega (...) Exquisita, melancólica, hilarante y catártica". Justin Chang: Variety.

-Desde la primera hasta la última escena, Hawke y Delpy sobresalen de manera brillante, vistiendo sus papeles como si fueran una segunda piel". Peter Travers: Rolling Stone.
-No es sólo más oscura que las dos películas anteriores. Es más grande, más profunda y penetrante". Owen Gleiberman: Entertainment weekly.

-"Encontrar el amor es fácil. mantenerse juntos es difícil. Hacer una película tan cálida, divertida y rigurosamente veraz sobre los que se aman y siguen tratando de ser compañeros es aún más difícil". New York Post.

-"Divertido y desgarrador estudio sobre las relaciones sentimentales. (...) Notable entrega de la serie (...) la audiencia que haya envejecido con Celine y Jesse apreciará este nuevo episodio. John DeFore: The Holliwood Reporter.
 
No quiero aburrir con más críticas. Tan sólo unas pinceladas para que conozcáis la valoración general de la crítica con respecto a esta obra.
Pero, independientemente de que me haya parecido genial tanto la película como la serie completa, no es la intención de esta entrada hablar tanto de ella como de esa sala vacía en la que disfruté tanto cogido suavemente de la mano de mi mujer.
Hace un par de días, mi viejo amigo y compañero José Luis Romo hacía un comentario en feisbu sobre su última experiencia cinematográfica. Había ido al cine por primera vez con sus dos hijos y a 7,20 euros la entrada, les había salido la broma (sin refrescos de cola aguados ni palomitas) por casi treinta euros. A nosotros nos pasó algo similar hace poco cuando fuimos a ver con los enanos "Monstruos University" (Recomendable 100%. Mucha risa. Animación genial.). Creo que en aquella sala estábamos unas 10-12 personas (tres familias, vamos).
Esto se une en mi mente a una triste noticia vista hace, quizá, un par de meses en la que se hacía una desconcertada crónica del cierre del último cine en una capital de provincia. Pontevedra, creo recordar. ¡La primera capital de provincia en la que ya no queda ninguna sala de cine abierta! Aquello me sobrecogió.
 
Como casi todos los graves problemas, éste es un problema complejo. El cine no es sólo una mera forma de entretenimiento. Detrás de las películas que disfrutamos o sufrimos en las vacías salas de cine se esconde toda una gran industria de la que dependen miles de empresas y puestos de trabajo directos o indirectos. Echar la culpa de ello a las descargas ilegales es, cuando menos, un análisis mediocre, simplista e incompleto. Pero claro, es más fácil echar la culpa a los demás que mirarse uno mismo con un sincero sentido crítico.
Que las descargas ilegales suponen una evidente vulneración de los derechos de autor y han hecho un significativo daño a la industria son hechos innegables. Que el nivel medio de las películas ha descendido a esa insípida franja entre la mediocridad y el aburrimiento, para mí, también. La industria quiere dinero y suele apostar sobre seguro. Grandes inversiones en superproducciones de acción, ciencia ficción, superhéroes y animación; gran despliegue en promoción y publicidad; y colapso en las carteleras con rápida recuperación de "la manteca" tanto en las salas de estreno como en "juguetes" y "merchandising". Las películas se mantienen en cartelera el tiempo que haga falta, mientras las pequeñas películas que llamaríamos "independientes", de esos directores menos conocidos o nada comerciales, con sus cuidados guiones, sus ajustados presupuestos y su mimada producción... ésas, apenas sobreviven un par de semanas en cartelera. Con frecuencia son clasificadas como geniales, incluso obras maestras, y, a su vez, etiquetadas como fracasos de taquilla.
 
Ayer pensaba yo... ¿cuántas personas más hubieran asistido a la proyección si la entrada costara, por ejemplo, tres euros? En esa sesión del 12 de agosto de 2013 a las 16:15h, hicieron una caja de 14,40 euros. A nada que hubieran asistido 8 personas (¡cuatro románticas parejas!), los ingresos hubieran ascendido a cerca de el doble. ¿Iría más gente al cine si costara 3 euros en lugar de 7,20? Yo estoy convencido de que sí. Independientemente de esta maldita crisis que nos come la vida, el cine es un producto caro. Con cocacolas aguadas y palomitas de tamaño mediano, mucho más.
 
La industria debe actualizarse, sí. Eso estamos hartos de escucharlo. Plataformas digitales de cine online, producciones para ver exclusivamente en internet, cine a la carta, cine gratis a cambio de publicidad... Muy bien, grandes ideas. Pero, ¿de verdad estamos abocados al fracaso y desaparición del cine en las salas comerciales tal y como lo hemos conocido toda la vida? A mí se me ocurre otra solución: actualizarse hacia atrás en lugar de hacia adelante. Volver a hacer películas buenas, de calidad, con más talento y menos inversión y, segundo, volver a plantear una política de precios razonable que atraiga al público a las salas de cine como en aquellos viejos tiempos en que costaba 250 pesetas y, si llegabas un poco justo a la sesión, te tocaba sentarte en esas primeras filas de butacas a los pies de la gran pantalla y llevarte el recuerdo de una buena peli, junto a una mijita de requemor en el cuello y en los ojos.
 
Como esta entrada va de cine, no puedo evitar alargarla un poco (me estaba quedando muy cortita...) con recomendaciones de las últimas pelis vistas este verano:
- Los miserables (Tom Hooper, 2012): En dos palabras, muy buena. Conmovedora obra cinematográfica en la que el hecho de ser un musical (extremo este que echaría para atrás a más de uno y de dos) no sólo no le resta lo más mínimo sino que la engrandece generosamente (para los amantes del género). Quizá supera la proporción razonable de lo cantado y lo hablado y se recrea en cerrados primeros planos.
- La cinta blanca (Michael Haneke, 2012): Haneke, con su demostrada pericia, y ayudado por una genial fotografía en blanco y negro, nos transporta a un pequeño pueblo del norte de Alemania a principio de siglo. Las férreas costumbres, la rigidez en la vivencia de la religión protestante y la sutil manifestación de la oscuridad que pueden albergar los seres humanos en su alma se entrecruzan tejiendo una angustiosa red que te deja sin respiración. La estampa social que dibuja con delicados trazos, nos muestra las incipientes raíces de un fascismo que años después arraigaría con trágica y demoledora fuerza.
- ¡Qué verde era mi valle! (John Ford, 1941): Esta joya del cine ganó los oscar (entre otros) a la mejor película, el mejor director, mejor actor secundario (Donald Crisp), fotografía, y dirección de actores... el año de Ciudadano Kane. Cuenta la vida de los Morgan, una familia en un pueblo minero de Gales, amantes de las tradiciones y respetuosos creyentes. La historia, contada desde los ojos de Huw, del menor de los hijos pone certeramente sobre el tapete los grandes conflictos universales: la familia, el respeto por las tradiciones, el amor platónico, la doble moral de las gentes, todo con el trasfondo de la injusticia social y laboral encarnada en los cuerpos cansados y cubiertos de carbón de los mineros. La bajada de salarios provoca la necesidad de unirse sindicalmente con la intención de ganar fuerza. Ello desencadenará el conflicto laboral en el pueblo y, en particular, dentro de la casa de los Morgan, causando el enfrentamiento de los hijos con el tierno patriarca... En resumen, una sobresaliente lección de cine, de la vida y de los sentimientos.
- Naúfrago en la luna (Castaway on the moon) (Lee Hae-Jun, 2009): pequeña y desconocida joya del pujante cine surcoreano. Narra
 la historia de un hombre, un joven ejecutivo que, fruto de una crisis existencial, se lanza desde un puente al río que pasa por su ciudad y acaba aislado como un naufrago en una pequeña isla fluvial desde la que se ve la ciudad aunque no es capaz de alcanzarla. Una joven que vive recluida voluntariamente en su habitación, aislada de todo el mundo, es la única en percatarse de su existencia e inician una peculiar relación por correspondencia. Una historia de fobias, miedos, soledad y anhelos. Una pequeña fábula sobre la sociedad moderna y las demoledoras consecuencias sobre las personas.
 
A ver si entre todos arreglamos un poco esto, hombre.
Sed felices y ved mucho cine. Se os quiere taco.
 
 

sábado, 15 de junio de 2013

Despedida y legado de nuestra dulce Marga. Non omnis moriar.

Ya ha ocurrido otra vez. La peor cara de la muerte se ha vuelto a llevar prematuramente a una gran persona, a un ser humano excepcional que no merecía tan cruel destino. Que haya un ángel más en el cielo no nos consuela a las personas que sólo deseábamos algo tan simple como seguir disfrutando de Marga, de su sonrisa, de su alegría, de su fuerza.. de su presencia.
Con Marga me ha ocurrido algo que sólo ocurre en contadas ocasiones a lo largo de la vida. Estoy habituado a que la presencia y/o influencia emocional de alguien en mi día a día resulten proporcionales al grado de consanguinidad o la antigüedad de la amistad. A ella la conocí hace relativamente pocos años y son, quizá, sus años de enfermedad los que nos han acercado. Nuestro cariño (hablo en plural porque comparto todo este sentimiento con Elo), preocupación y dolor fueron creciendo a medida que su enfermedad avanzaba. Su fuerza, su entereza, su madurez y su capacidad de lucha hicieron nacer y desbordarse un sentimiento de profunda admiración por ella y por su familia, así como una profunda toma de consciencia del increíble amor que sentía por mi mujer y por mis hijos. Un aprendizaje vital sobre lo que realmente importa y sobre cómo se ha de mirar al coco a los ojos y decirle "no te tengo miedo", "voy a luchar hasta la extenuación".
Marga nos ha regalado con su marcha algo impagable, una lección imprescindible compuesta por dos temas esenciales: El primero y más importante, disfruta de la vida y ama a tu gente pues no sabes lo que te espera a la vuelta de la esquina. El segundo, ten fe siempre, lucha mientras tengas fuerzas, sonríe incluso cuando todo vaya mal.
He aprendido a admirar profundamente a Valentín, su ejemplar marido. El hombre bueno y sereno que, gracias a su talante y a la paz que tiene y desprende, ha sabido hacer transitable el duro y cada vez más angosto y espinoso camino. Su presencia incansable, su sonrisa afable, su mirada tierna y su amoroso trato ha sido un continuo bálsamo en las heridas del cuerpo y del alma de nuestra querida Marga. Reza el adagio que no hay almohada más blanda que la conciencia tranquila, y saber que has hecho todo lo que has debido y podido, aunque no calme el dolor de la pérdida, seguro que amortigua parcialmente sus crueles punzadas.
El dolor de la familia, de esa madre hundida, agotada e indignada... y de los desgarrados hermanos, desprovistos de una insustituible parte de si mismos… de esos preciosos hijos aún ajenos al dolor, protegidos por la bendita capa aislante que proporciona su niñez, su inmadurez…  no me atrevo a describirlo con palabras tan simples como osadas, que siempre quedarán pequeñas. No me atrevo, ni siquiera, a pensar que puedo imaginarlo. Sólo siento cómo una extraña fuerza me empuja a unirme a él, a compartirlo, a sufrirlo con ellos a hacerlo mío por si ayuda, por si, al repartirlo, fuera capaz de menguarlo.
Mi amiga Yoyo se ha comprado un libro de citas comentadas y nos envía un poco de su sabiduría cada día. Hoy, tras el entierro, ha reenviado una de Horacio, de tiempo atrás. "NON OMNIS MORIAR" (No moriré del todo). Me encanta, sobre todo, porque habla de una actitud durante la vida y, fundamentalmente, ante la muerte. Habla de una actitud de consciencia, de determinación y de fe. Es evidente que quien cree que existe " ese algo" después de la muerte, cree que cuando su cuerpo muera, no morirá del todo. Igual que el que cree en la trascendencia de sus actos y en su perdurar en personas y entorno cercano...

No moriré del todo porque no muere del todo quien tiene fe.


No muere del todo quien deja algo en la tierra.
No muere del todo quien ha amado, pues su amor perdura siempre. Ni quien ha regado a su paso con bondad ilimitada.
No puede morir del todo quien ha compartido media vida con otro, quien ha creado tres pequeñas vidas que laten con la salvaje e insolente fuerza de la niñez... quien ha regalado sus diminutos genes y su alma partida en tercios.
No puede morir del todo quien te ha enseñado algo, pues vive en lo aprendido; en tu experiencia. Y quien te ha enseñado cómo vivir, sin remedio vivirá en tí.
No puede morir del todo aquella persona con quien has reído o llorado, pues revivirá en cada sonrisa y en cada lágrima.
No puede morir del todo quien consigue grabar recuerdos gratos en las memorias ajenas, quien ha hecho brotar en una amigo el deseo de ser mejor, de ser como él, de hacer las cosas a su manera. Con su fuerza, con su fe, con sus ganas y energía, con su alegría, con su valentía, con su decisión, con su elegancia, con su humor, con su tenacidad, con su brillo...
No muere del todo la estrella fugaz que deja su pequeña estela luminosa, apenas como un parpadeo, prendida en nuestra memoria en forma de deseo.
Y, por encima de todo, no muere del todo quien yo deseo y decido que no muera del todo. Aquella persona a quien recuerdo intencionadamente con frecuencia, aquellos cuyos nombres repito. No muere quien me dejó algunas anécdotas que contaré en torno a una mesa, quien me dio un ejemplo y sabiduría que pienso aprovechar, quien confió en mí y aprendió que podía contar conmigo siempre, quien me invitó a aprovechar la vida en cada milésima de segundo, quien me brota sólo en forma de palabras hermosas, quien me hace latir el corazón con fuerza, quien ya forma parte de mí porque compartió mi tiempo en el mundo, quien hizo mi mundo un poco mejor...
Gracias, Marga, por lo vivido, por lo compartido, por lo dejado, por lo aprendido. Por tanta enseñanza y tanto ejemplo. Por mostrarlos toda la bondad que puede hallarse en el universo. Por no morir del todo y quedar un poco en nosotros y en nuestros recuerdos.


--
Salvador Terceño Raposo

domingo, 21 de abril de 2013

El miércoles santo y el adiós de la Tita Conchi

Me sabe mal tener mi blog tan abandonado... pero no tanto como tener que volver a él empujado por el dolor. Vuelvo a él porque sufro y porque necesito contar cosas. Nada más terapéutico que "sacarlo todo" afuera. Y, ¿dónde mejor que aquí?
Hace ya cerca de dos años escribí sobre la muerte (y la vida, claro) de mi tío Luis y hoy, por desgracia, tengo que hablar de otra dolorosa pérdida.
El pasado Miércoles Santo, por sorpresa, abandonaba mi vida mi "tita" Conchi. La que fuera mi madrina y hermana de mi padre y de mi padrino, mi tío Joaquín.
Mi padre, mi hermano Nacho y yo, como buenos baratilleros, cada Miércoles Santo disfrutamos de la tradición de madrugar para ir a la misa de los hermanos en la capilla. Esta se celebra a las ocho de la mañana y luego pasamos la mañana juntos visitando las iglesias de La Sed, San Bernardo y alguna otra de las del día. Desayunamos y charlamos de nuestras cosas con la pausa de un día de fiesta.
Este año la triste noticia nos desgarraba el alma apenas despuntaba el día. Mi tío Joaquín se enfrentó a la misma dificultad y facilidad a la hora de comunicármelo como me encontré yo, después de su llamada, a la hora de transmitírselo a mi padre y a mi hermano. Las palabras no quieren salir, temen el dolor del otro, la sorpresa brutal, la sangre helada detenida en las venas. Pero las palabras han de salir; no tienen opción de quedarse dentro ni de mutar su mensaje. Y salen sin remedio: la tita Conchi ha fallecido. No disponemos de suficientes explicaciones; los datos son parcos y ambiguos. En el fondo ya da igual porque ella se ha ido.
El mazazo en el alma es despiadado y brutal. La cabeza es la que primero lo aqueja. La noticia nos noquea durante un buen rato durante el cual no sabemos bien cómo reaccionar. Luego, a medida que pasan los minutos y las horas, la mente, con su despiadada eficiencia, asimila las palabras y los hechos y se inicia el sufrimiento del alma. Ya no la veremos más.
Ya no veremos más su sonrisa entrañable ni disfrutaremos de su cálido abrazo ni de su infinita hospitalidad. Hay tantos recuerdos (tan antiguos como la persona que soy) en los que las paredes de la casa de mis tíos Conchi y Gustavo son el escenario que resulta complicado enumerarlos u ordenarlos: las Nocheviejas con el brindis de la familia "Ausentes y presentes, de hoy en un año" y aquellos inolvidables especiales de Martes y Trece, las tardes del día de Reyes, las meriendas del día de la Inmaculada, las partidas al "Diccionario", las salidas de San Roque y Los Negritos, las meriendas con los niños, los días en la playa... Siempre con su alegría y su generosidad, su sentido del humor, sus idas y venidas a la cocina trayendo y llevando cosas, sus regalos para todos, sus sempiternas dietas para adelgazar, sus consultas médicas, su siempre exceso de preocupación, "cuidado con la puerta del ascensor", y su anecdotario dislocado "Terceño, con P de Barcelona" y esas cositas tan suyas y con las que tanto nos reíamos...
Echaremos de menos las risas de cuando nos metíamos con su manía de cambiar los muebles de sitio cada dos por tres, ni con su afición por las compras en Portugal, su "afición" por los funerales, ni cuando le decía siempre a mi padre aquella frase de "tú estás más delgado..." porque ella siempre encontraba en los demás la delgadez que deseaba para si.
No puedo evitar sufrir por su pérdida, por no tenerla, por no poder aconsejarla más y mejor, por su mala suerte, por lo que se ha quedado sin vivir y por lo que yo y los míos ya no vamos a vivir de ella. Me duele el alma por cada vez que no pude ir a verla un rato a su casa a tomar un cafelillo y charlar de las cosas de la vida. Como este Domingo de Ramos en que, como casi siempre, reunió a su gente con la excusa de ver salir San Roque. Al final, se nos hizo tarde y los niños estaban muy cansados... Lo dejamos para otro momento, porque siempre damos por supuesto que habrá otro momento... 
Hubiera sido algo parecido a una despedida. Un pequeño bálsamo para nuestro corazón. Una pizca de consuelo capaz de paliar en parte tanto desconcierto y tanto dolor ahogado. Esa paz que otorga la sensación de haberte "despedido" de alguien, aunque no supieras que se trataba de una despedida, aunque no fuera más que un último momento cotidiano.
Es curioso, pero las lágrimas tardaron en salir. Creo que en un primer momento, la sorpresa y la incertidumbre consiguieron más alertarme que derrumbarme. Por mi profesión tengo más contacto que el que desearía con la muerte y he aprendido que con frecuencia ésta llega sin avisar y no siempre sabes cómo explicarlo. Ello, indefectiblemente, te hace aceptar la muerte de forma diferente. Las siguientes horas trascurrieron por territorios comunes y momentos parcialmente "ya vividos". Las llamadas, los encuentros, compartir el dolor con la familia, los recuerdos y las conversaciones triviales, los incómodos silencios, ver cómo otros encajan la noticia, ver cómo la noticia cambia en ti... Y ese estar en el tanatorio con la sensación de que iba a aparecer en cualquier momento...
Al día siguiente tuvieron lugar una misa y el entierro. Siempre había pensado que, con la cantidad de funerales y misas de difunto a los que asistía la tita Conchi, el suyo estaría, algo así como la boda de Lolita. Era un pensamiento tonto pero me parecía lo justo. La capilla del tanatorio de San Jerónimo mostraba un lleno muy digno pero sin la menor apretura. Llegué muy justo y, tras colocarme en una esquina, escruté la sala y me pareció perfecta. No hacía la menor falta que rebosara de gente, estaban los que tenían que estar, su familia, sus amigos, su gente.. y el dolor y el cariño inundaban la sala con un ambiente tan íntimo que me sobrecogió. Luego, en el momento de la comunión, sus más cercanos seres queridos desfilaron por delante del féretro y fue entonces cuando lloré. 
Yo no quería que se me notara mucho, evidentemente no por nada relacionado con una mal entendida virilidad, sino por una mera y bien entendida discreción. Mi hermano Nacho se percató y me dejó unas cálidas e inolvidables caricias en el cuello y la espalda. Luego me serené.
Me quedo con esas caricias, con mis buenos recuerdos, con su gran familia, Gustavo, Pilar, Beatriz, Lucas y Joaquín, las niñas... con los amigos y con lo que de ella queda en mí. Me quedo con lo que aprendí de aquellos dos días de dolor, de las lágrimas en ojos ajenos, de las palabras nuevas que me ayudaron a conocerla y quererla más.
Me quedo con todo eso y con la cruel y rica enseñanza de que a veces no hay un mañana y no podemos andar siempre dejando cosas para más adelante, sobre todo en lo que respecta a cosas importantes como pasar tiempo con aquellos a quienes quieres.
Gracias por todo, tita Conchi. Te llevamos en el corazón y te querremos siempre.

--
Salvador Terceño Raposo

jueves, 10 de enero de 2013

Pensamientos y deseos para el 2013

Pasó la navidad (que, por cierto, he estado muy liado y no os he felicitado... ¡Felicidades!) y comienza un nuevo año.
Las duras circunstancias económicas y políticas de nuestro país parecen eclipsar a cualquier otro sentimiento en este momento. Pero no debemos dejarnos invadir por el desánimo o el hastío. Con el tiempo las cosas mejorarán. Puede que tarde años y, de algún modo, hay que seguir viviendo. Detestaría parecer ingenuo o cándido, y respeto profundamente el sufrimiento de tantas y tantas familias con miembros en paro y significativas mermas en su economía, pero, en la medida de lo posible, no debemos dejarnos arrastrar hacia una vida de tristeza y pesimismo.
El resto de noticias que uno escucha en los noticiarios tampoco ayuda mucho: interminables redes de pederastia y pornografía infantil, guerras con mayor o menor interés económico oculto, violencia de género, terrorismo, catástrofes naturales, muertes precoces por accidentes de tráfico o fiestas descontroladas, desahucios, marginalidad, tráfico de drogas, de órganos o de bebés, prostitución y proxenetismo... vamos que dan ganas de gritar aquello de: "¡Pare, que yo me bajo en la próxima!" 
La vida se compone de muchas facetas y debemos valorarla en su conjunto. Con frecuencia pienso en esos ultras del fútbol para los que su equipo es lo primero o, en el peor de los casos, lo único. Cuando el domingo por la tarde su equipo pierde, el mundo se viene abajo y oscuros sentimientos (que van desde una absurda e infantil tristeza hasta la ira, más o menos contenida) se apoderan de ellos. Andan amargados y amargándole la existencia a aquellos que les rodean, ya sabemos hasta qué punto... Son los riesgos de vivir una vida "monofacética".
Cuando, por el contrario, en tu vida conviven diversos valores e intereses, que tu equipo pierda un partido puede moverte sensaciones de insignificante relavancia al compararlas con las que de verdad importan.
La familia, el amor, la solidaridad, la salud, los hijos, la cultura, la espiritualidad, el arte, la religión y tantas otros "haceres", "haberes" y "sentires"... dejaré que llenen el desazonador vacío que me produce la situación económica actual, la costosa inoperancia nuestros políticos y la desaforada y maquaivélica voracidad de los banqueros, plasmada en la incertidumbre a la que nos han abocado.
Veo fundamental, más necesaria que nunca, la vivencia de un positivismo activo, convencido y valiente. Disfrutar y enriqucernos (a nosotros mismos y a lo que nos rodea) de la capacidad de hallar y proyectar sólo sensaciones y acciones positivas, optimistas, bondadosas, humanas, sensatas, coherentes, prudentes, alegres... Sacudirnos todo lo negativo, lo que nos merma y empobrece. Aquellos hábitos, facetas o personas que oscurecen nuestras vidas como auténticos nubarrones de polución. Y, cómo no, las reivindicación de nuestra esencia y de nuestro particular punto de vista a la hora de ver las cosas.
Aplicado a la sociedad y la vida, sería como aquella vieja propuesta filosófica que dice que existen tres "yoes": el "yo" que ven los demás el "yo" que creo que soy y el "yo" que soy de verdad. Esto podría aplicarse también a lo que nos rodea y, por extensión, a la realidad que vivimos actualmente. Cómo la ven los demás, cómo la vemos nosotros y la realidad que ciertamente nos rodea. Simplemente, considerar que puede que las cosas no sean tal y como nosotros creemos verlas...
En resumidas cuentas, la gran mayoría de seres humanos cuerdos, lo único (¡casi nada!) que perseguimos a lo largo de nuestra fugaz existencia es la felicidad y tanto más felices seremos cuanto más capaces seamos de encontrar felicidad en lo que nos rodea. A veces nos toparemos con ella de golpe, casi sin buscarla, otras veces habrá que escarbar un poco hasta encontrarla. Con frecuencia la hallaremos en los lugares y momentos más insospechados. Debemos, más que nunca, entrenar a nuestros sentidos y agudizar la percepción de nuestro corazón para ser capaces de hallar, cual buscadores de oro, esas pequeñas pepitas que nos trae el río entre tanto canto rodado. Pero no la encontraremos buscando en lugares equivocados... Al pensar en la búsqueda de la felicidad, siempre me viene a la memoria este cuento llamado "LA LLAVE DE LA FELICIDAD"... escuchad, escuchad...

Cuenta la leyenda que antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura.
Uno de ellos dijo:
- Pronto serán creados los humanos. No es justo que tengan tantas virtudes y tantas posibilidades. Deberíamos hacer algo para que les sea más difícil seguir adelante.
Llenémoslos de vicios y de defectos; eso los destruirá.
El más anciano de los duendes dijo:
- Está previsto que tengan defectos y dobleces, pero eso sólo servirá para hacerlos más completos. Creo que debemos privarlos de algo que, aunque sea pequeño, les haga vivir cada día un desafío.
- ¡Qué divertido! —dijeron todos.
Un joven y astuto duende, desde un rincón, comentó:
- Deberíamos quitarles algo que sea importante... ¿pero qué?
Después de mucho pensar, el viejo duende exclamó:
- ¡Ya sé! Vamos a quitarles la llave de la felicidad.
- ¡Maravilloso... fantástico... excelente idea! —gritaron los duendes mientras bailaban alrededor de un caldero.
El viejo duende siguió:
- El problema va a ser dónde esconderla para que no puedan encontrarla.
El primero de ellos volvió a tomar la palabra:
- Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo.
A lo que inmediatamente otro miembro repuso:
- No, recuerda que tienen fuerza y son tenaces; fácilmente, alguna vez, alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos podrán escalarlo y el desafío terminará.
Un tercer duende propuso:
- Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar.
Un cuarto todavía tomó la palabra y contestó:
- No, recuerda que tienen curiosidad; en determinado momento algunos construirán un aparato para poder bajar y entonces la encontrarán fácilmente.
El tercero dijo:
- Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra.
A lo cual los otros dijeron:
- No, recuerda su inteligencia, un día alguno van a construir una nave en la que puedan viajar a otros planetas y la van a descubrir.

Un duende viejo, que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás, se puso de pie en el centro y dijo:
- Creo saber dónde ponerla para que realmente no la descubran. Debemos esconderla donde nunca la buscarían.
Todos se giraron asombrados y preguntaron al unísono:
- ¿Dónde?
El duende respondió:
- La esconderemos dentro de ellos mismos... muy cerca del corazón...
Las risas y los aplausos se multiplicaron. Todos los duendes gritan:
- ¡Ja... Ja... Ja...! Estarán tan ocupados buscándola fuera, desesperados, sin saber que la llevan consigo todo el tiempo.
El joven escéptico acotó:
- Los hombres tienen el deseo de ser felices, tarde o temprano alguien será suficientemente sabio para descubrir dónde está llave y se lo dirá a todos.
- Quizá suceda así —dijo el más anciano de los duendes—, pero los hombres también poseen una innata desconfianza acerca de las cosas simples. Si ese hombre llegara a existir y revelara que el secreto está escondido en el interior de cada uno, nadie le creerá.

En fin, que ya véis cómo he empezado el año... igual de "tontorrón" que siempre. Por justificarme (una de mis especialidades) sólo añadiré que amo la vida y a la gente que tengo en ella. Sólo deseo para ellos lo mejor y estos son mis ambiciosos deseos para el 2013: que, a pesar de las duras circunstancias, sepáis hallar la felicidad y hacérsela llegar a los demás.
¡Feliz año!
PD: Y, de regalo, este vídeo youtubiano que ayer encontré por ahí y viene muy al hilo... http://youtu.be/8XWaTt2GGow Espero que os guste.


--
Salvador Terceño Raposo