Collage íntimo

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Trocitos...

viernes, 18 de abril de 2014

La Semana Santa y el Miércoles Santo

Con frecuencia redescubrimos cosas cuando las vemos a través de los ojos de otras personas, como cuando vienen amigos de fuera y nos reencontramos con nuestra ciudad o cuando vivimos algo transmutados en los niños que una vez fuimos pero, esta vez, bajo la piel de nuestros hijos.

Este año ha sido el primero que he salido se nazareno junto a mis dos hijos. Salvita ya se estrenó hace dos pero Quique era demasiado pequeño. El año pasado la pérdida el mismo miércoles santo de nuestra querida tita Conchi hizo que nos olvidáramos de la estación de penitencia. Y este año, que Quique es ya un hombrecito de seis añazos, no había mucho que pensar.

Los preparativos siempre son curiosos y reveladores, y van, como pulgarcito, dejando pistas por el camino. La cosa es que, como es lógico, de la noche a la mañana, necesitábamos una túnica y una varita. Ahí aparecen los buenos amigos de siempre. Nuestro querido Lalo (buena persona de profesión y cirujano odontoestomatológico y cantautor flamenco en sus ratos libres) nos dejó una túnica de cuando era niño que, con dos arreglillos quedó como nueva. Mi padre, que ya no sale de nazareno los miércoles santos, me hizo el honor de dejarme su cíngulo. Salvita llevó el mío y Quique el suyo.

Llamé a mi queridísimo amigo Rogelio por si tenía una varita por ahí en alguna esquina y prometió preguntar. Poco después me dijo que había preguntado a su padre (Rogelio Sr.) y que le dijo que tenía la que él llevó de niño guardada pero que esa no se la dejaba a nadie.

-¿Para quién era? –preguntó.

-Para Salva Terceño.

-Salva Terceño es de la familia. Que la limpien, que tiene que estar hecha polvo…

Y yo me siento tan orgulloso de mi nombre y mi apellido, de mi padre, de mi familia… y pienso en la responsabilidad que he contraído para con mis hijos.

 

Las semanas santas se parecen mucho unas a otras. Están llenas de tradición; de rituales y repeticiones, de fotogramas retenidos, de momentos eternizados. Por ello, durante estos días es inevitable recordar y rememorar pasajes algo añejos de nuestra propia historia.

Prácticamente todos mis recuerdos desde que tengo uso de razón se sitúan viviendo en el piso de "Las dueñas", en la barreduela de San Quintín. Doña María Coronel, para que nos ubiquemos en el centro, entre las iglesias de San Marcos y los Servitas, San Román, Los Terceros, el convento de la Paz (la Mortaja), Santa Catalina, San Juan de la Palma, Montesión, Las siete palabras y las otras decenas que hay por la zona. A mi padre siempre le gustó la Semana Santa y las cofradías, dando siempre más importancia a la profundidad de la fe y el sentimiento cristiano y huyendo de los conflictos internos de las hermandades y sus vericuetos. Desde niños, jugábamos a aprender las hermandades que salían cada día, los nombres de sus imágenes, los autores de éstas y las curiosidades cuyo conocimiento bien pudiera valer la recompensa de cinco o diez duritos.

-A ver, por cinco duritos, ¿en qué paso sale un pelícano y qué representa?

- ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!

-¿Esta os la he preguntado ya?

-Sí, pero ya no vale.

-A ver, venga.

-El pelícano sale en el paso del cristo del Amor y representa el amor en la imagen de una madre que se abre el pecho para dar alimento a sus crías. ¡Venga esos cinco duritos!

- Te los apunto.

Cada año salía a la venta un librito con toda la información de las hermandades y lo esperábamos con verdadera expectación. Luego, durante la cuaresma, algún acto de alguna hermandad, los vía crucis, los ensayos de los costaleros, el pregón del Domingo de Pasión, las procesiones del Viernes de Dolores, la casa oliendo a incienso y las marchas sonando en el viejo radiocasette International que trajeron de Canarias y luego en el mucho mejor equipo Pioneer del salón. Escuchábamos una y otra vez el disco del célebre pregón de Antonio Rodríguez Buzón y leíamos "Cómo llora Sevilla" del padre Cué y nos reíamos con las teatrales declamaciones de Martha11.

Ay, aquella ventanita
de la calle de la Feria,
donde se asoma la niña
de cutis azul y ojeras,
la niña que mira triste
y está enferma!
Siempre, cuando pasa el palio
verde de la Macarena
se para ante la ventana,
y como es la calle estrecha
saca su brazo de luna
y acerca el palio, y lo besa...
Y en el terciopelo verde
sus labios de rosa seca
dejan temblando un suspiro
junto a los flecos de seda:
-"¡Tú que pasas, Esperanza,
sáname, que estoy enferma!"

Siempre salíamos el domingo de Ramos por la mañana a ver los pasos en los templos y a coleccionar alfileritos y pegatinas de las diferentes hermandades en nuestra solapa. Solíamos quedar con algunos tíos y primos y tapeábamos por ahí, cosa que nos encantaba. Luego, a ver procesiones guiados por la hoja recortada del ABC con el itinerario oficial, buscando el lado bueno, la esquina en que siempre le tocan marchas, la estampa inolvidable. Cuando empezamos a ser medio personas, mi padre nos llevaba algunas noches a rincones más íntimos y, entre susurros, seguíamos aprendiendo cosas de la Semana Santa y de la vida.

Con seis años hice mi primera estación de penitencia, todo el recorrido, como debe ser. A partir de ahí, cada Miércoles Santo acompañaba a mi padre, primero con una varita y luego con un cirio. Años después se nos unió nacho, reiniciando el proceso.

Cuando fuimos mozos, se instauró una doble tradición: la del día de ir a sacar las papeletas de sitio, noche que nos tomamos una cervecilla acompañada de "la mejor tortilla" o una suculenta "pringá" en la legendaria Bodeguita San José del Arenal (frente a la capilla del Baratillo) propiedad desde hace años de una familia de montañeses, la familia de Nicolás Bueno. La otra tradición es la de oír la misa de los hermanos del Cristo a las ocho de la mañana del Miércoles Santo y luego visitar las iglesias de todas las hermandades del día. Tras la misa, los saludos de rigor y asomarnos a los tablones a ver el tramo en que estábamos ubicados, traslado al barrio de San bernardo y luego a la Sed. Desayuno doble (dos cafés y dos tostadas para cada uno) y zumbando para el centro a visitar las iglesias del Cristo de Burgos, las Siete Palabras, La Lanzada, Los Panaderos y El Buen Fin. Compra de los últimos caramelos y a descansar a casita donde mi madre siempre había preparado alguna comida de fácil digestión para evitar un exceso de sed o pesadez durante la tarde. Tras el oportuno descanso, nos vestíamos las túnicas y rezábamos juntos. Una vez realizada la foto de rigor, las tres siluetas azules nos lanzábamos a la calle en dirección a la calle Adriano, sorteando gentes, señales de tráfico y a los nazarenos de San Bernardo que ya andaban por la calle Imagen o la Alfalfa.

A la vuelta, con los pies reventaditos y el cartón marcado en la frente, nos esperaba un suculento banquete de gazpacho, ensaladilla, filetes empanados y torrijas, con mi madre sentada en la cocina con todo dispuesto.

Y los años fueron pasando y os fuimos haciendo mayores, nosotros y mis padres. Y con ello la distancia porque es ley de vida, y llegan los amigos, las pandillas, las novias. Y ya no veíamos los pasos con mi padre, que se solía quedar en casa, cansado de la semana. Y era yo el que explicaba cosas a mis amigos, cosas que había aprendido de él. Y luego vinieron las bodas y los hijos. El cambio de residencia a un barrio periférico. Las Semanas Santas casi sin pisar el casco antiguo, salvo quizá para la salida del Miércoles Santo…

 

Ahora los niños han crecido y, a veces, incluso parece que me escuchan. No han crecido en la calle Doña María Coronel, rodeados de iglesias, pero comienzan a sentirse atraídos por las cofradías. Ahora yo soy el padre y les explico el porqué de las cosas, trato de explicarles la fe, su sentido y su misterio. Trato de descubrirles los misterios de la complicada y contradictoria vivencia sevillana de la Semana Santa, del sentimiento cofrade, de la importancia de la fe por encima de la adoración a las imágenes…

Jugamos también a "las preguntitas" y aprovecho cada segundo para hacerles llegar la importancia de la bondad, del amor, del trabajo, de la educación, del respeto y de todo aquello que pueda ayudar a convertirles en unas buenas personas.

Así que, finalmente, este ha sido el primer miércoles santo en el que la tercera generación de Terceños, ha realizado unida la estación de penitencia. Tras una mañana de nervios, de preparar bolsitas de estampitas y medallitas, de repartir caramelos, de vestir la túnica y ponerse y quitarse el capirote doce o catorce veces, llegó la hora. El abuelo Salva almorzó con nosotros y nos ayudó a vestirnos, rezamos juntos y luego nos llevó a la capilla. Mientras caminábamos desde el Paseo de Colón hacia la entrada a la plaza de toros (donde se forman los tramos) volvían a caminar las tres siluetas azules, una más alta y dos más pequeñas, esquivando personas y señales de tráfico… En el escaparate de una tienda de sanitarios pude observar nuestro reflejo y pude ver el reflejo de mi historia, de la historia de mi familia. Se repetía como por arte de magia, como se repiten los rituales y las tradiciones. Y aquel reflejo me interrogó fugazmente sin terminar de hacer ninguna pregunta porque yo ya me estaba yendo.

-¿Quién es ese hombre, papá?

-Es el diputado del tramo.

-¿El que manda?

-Más o menos. Es el encargado de organizarlo.

-¿Por qué lleva un palo?

-Porque es el que manda y con él da golpes en el suelo.

-¿Queda mucho para salir, papá?

-Media hora o así.

-¿Cuánto hace que hemos llegado, una hora?

-No, cinco minutos. ¿Alguien quiere ir al baño, ahora que hay poca gente?

-No, papá. Luego, antes de salir.

-¿Por qué esos nazarenos no llevan el capirote, papá?

-Porque son los penitentes que llevan las cruces y no lo llevan.

-Ah. Y, papá, ¿qué es esa cola?

-Supongo que para ir al baño.

-Papá, quiero ir al baño.

-¿Y tú quieres ir?

- No, yo quiero agua.

-Ve bebiendo poco a poco que si no, luego te va a entrar ganas cuando estemos en la calle.

-Papá, ¿me pongo ya el capirote?

-No, hijo, todavía queda tiempo.

-Yo me lo quiero poner.

-Pues póntelo, pero luego no me digas que tienes calor.

-¿Quedan ya cinco minutos o diez?

Y, al final, salimos, juntitos, en el octavo tramo del cristo. Y yo sólo podía estar pendiente de ellos, de que no se atascaran dando caramelos, de que no dieran el paquete de estampitas en el primer minuto, de que no se chocaran con el nazareno que iba delante, de darles agua, de reponerles caramelos, de señalarles dónde había una amigo, de avisarles de que pronto veríamos a mamá, de que se dieran un segundo la vuelta para poder ver el paso, de que dieran un caramelito a una anciana en una silla de ruedas, de que no comieran demasiados caramelos para que no les diera sed, de que se levantaran el antifaz sólo un ratito, que miraran os techos de la Catedral y escucharan lo que sonaba por los altavoces, que aprovecharan para rezar un poquito… que síii, que cuando salgamos de la Catedral os podéis ir con mamá…

Luego, tras irse con la madre, me pasó algo extraño. Fuera de suponerme un alivio o un desahogo, se apoderó de mí una extraña sensación de vacío. Me faltaban ellos. Mi estación de penitencia ha adquirido una nueva dimensión, la de dedicarla a ellos y sin ellos, parecía perder parte de su sentido. Hoy se me han saltado las lágrimas cuando Elo me ha dicho que poco después de salirse, Quique se dio cuenta de que me habían dejado solo y se emocionó y se le enrojecieron los ojos. Recordándolo en la comida se le han saltado las lágrimas mientras se reía nerviosamente. A mí se me ha hecho un nudo en la garganta y se me han saltado también. No creo que haga falta explicarlo.

Finalmente, me dediqué las dos horas que restaban de vuelta hacia la calle Adriano a decir a la gentes y niños que esperaban que no me quedaban caramelos, estampitas ni medallitas y que no les podía dar cera. Entre vez y vez traté de rezar algo y a ratos me dedicaba a algo que siempre me ha gustado, que es observar a la gente.

Las pandillas de niños y niñas en plena edad del pavo que tontean y flirtean, algunos ya pasean con novia y se les nota aunque traten de disimularlo. Los grupitos de chicas adolescentes que en primavera florecen y rompen en hermosas mujeres. Los grupitos de chicos adolescentes adornados con el peinado de moda entre los futbolistas que portando auriculares, siguen los goles de la final de la Copa del Rey. Veo en los matrimonios rondando la cincuentena con hijos preadolescentes que aún no salen solos, el reflejo de mi próxima etapa. ¿Así seré yo? Me pregunto. Algunas parejas se cogen de la mano y se hacen muestras de cariño. Otras esperan con los hijos en medio. Las novias de algunos nazarenos caminan a su lado, llevan el móvil en la mano y teclean no sé qué cosa que parece no poder esperar. Una señora mayor pregunta qué tramo es, sin quedar claro si desea que llegue el paso o que todo aquello acabe pronto. En el hueco de un bar, unos novios retozan sentados, el detrás de ella. Él es muy poca cosa y ella una mujerona que cierra los ojos mientras el chico se esmera en hacerle caricias por el rostro con sus manitas delicadas. A ratos deja las caricias y le da besitos en la sien y la mejilla. Luego sigue con las caricias. Tras un rato, le ofrece su mano derecha para que ella la coja con la suya izquierda y él apoya las dos sobre el generoso seno de la chica, quedando con los ojos cerrados los dos inmóviles.

Hay un conato de pelea entre un joven alto y musculoso y un hombre bajito y delgado con aspecto de no querer envejecer que tiene en brazos un niño con toda su cara. Parecen dos gotas de agua. El canijo es un poco cani y parece haberle soltado una fresca al forzudo que le echa una mirada y hace ademán de girarse con el puño apretado.

-¡Cuando quieras! -Le grita el hombre cani con el niño en brazos-. ¡Tú y yo! ¡Tú y yo!

El adonis va con una señora que parece su madre por la edad y por cómo lo empuja hacia adelante para alejarlo de la trifulca cogido del brazo.

El niño en brazos (que tendrá unos tres o cuatro años) mira a su padre y no consigo descifrar qué puede pasar por su mente. Algo debe estar aprendiendo y grabando en su "disco duro".

Delante mía va un nazareno que parece conocer a media Sevilla. Durante toda la procesión, ha ido saludando tanto a personas situadas en nuestro lado como en el lado contrario, sin preocuparle abandonar su puesto y atravesarse. Es un tipo súper entrañable. En varias ocasiones me ha hecho comentarios sobre los niños, muy amigable y cordial, incluso cariñoso. Me entran ganas de hacerme amigo suyo.

-Soy el cuñado de Alfonso –le dice a alguien dándole catorce caramelos.

-Soy Javi, el primo de Lola –le grita a una mujer al otro lado, acercándose a saludarla.

-Soy el vecino de Manuela, tu prima –y le pega un abrazo a un señor con bigote.

Se abraza con los diputados en varias ocasiones y comentan asuntos varios repetidas veces. Se vuelve y me pregunta qué tal acabaron los niños. Estoy a punto de pedirle el teléfono.

-Soy Javi, tita –dice tirando un puñado de caramelos como si fuera un rey mago.

-Perdona, puedes tirarme la lata de cocacola –le pide a una chica cruzándose a la acera de enfrente. Luego vuelve a su sitio. Luego vuelve a la acera de enfrente y le da una medallita a la chica-. Oye, que gracias, eh.

Saluda con la mano a un grupo en segunda fila. Les lanza unas estampitas.

Cuando ya estamos a punto de entrar, se abraza a uno de los vigilantes a la entrada de la capilla.

-Otro año más –le dice-. Soy Javier.

Y le da unas cariñosas palmaditas en la cara al otro. Este tipo es mi ídolo.

Entro por fin en el templo sintiéndome aún vacío, incompleto. Salgo a la calle por la puerta de atrás a respirar aire fresco. Saco el teléfono. Elo me ha mandado una foto de los niños muertos de risa al llegar a casa. Se les ve cansados, pero inmensamente felices. Se me llena el alma de vida, de emoción. Tecleo en el Whatsapp "Te quiero" y varios de esos iconos que tiran un besito en forma de corazón y salgo hacia el paseo de Colón donde he quedado con el santo de mi padre que viene a recogerme.

Una vez en casa, todo está en calma. Los niños ya duermen. Elo medio se despierta y me pregunta balbuceando ¿qué tal? Me quito la túnica y la cuelgo.

En el cuarto de baño me miro en el espejo. Tengo "mu" mala cara y "mu" malos pelos. Meto los pies en agua caliente mientras me como una torrija y el placer se multiplica. Me acuerdo de mi madre, de Nacho, de mi padre, de mi tía Conchi. Pienso en Elo que duerme en la habitación de al lado y ya es una de esas sacrificadas madres de la semana santa. Sacrificio doble porque, además, ha dejado de ir a ver salir como cada año hacía con sus padres, su hermandad de San Bernardo. Me acuerdo de mi suegra y de mi suegro. Me acuerdo de las caras de felicidad de los niños y, finalmente, me acuesto.

 

Cansado pero feliz.


--
Salvador Terceño Raposo

17 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado, Salva. Como transmites los sentimientos, las tradiciones, el amor a los niños, los detalles... y que te acuerdes de mi madre! El año que viene no dejamos de veros. Este año me daba miedo llevar a mi "angelita". Mil besos a todos.

Anónimo dijo...

Me ha encantado, Salva. Como transmites los sentimientos, las tradiciones, el amor a los niños, los detalles... y que te acuerdes de mi madre! El año que viene no dejamos de veros. Este año me daba miedo llevar a mi "angelita". Mil besos a todos.

Anónimo dijo...

Salva, el tiempo pasa, pero lo importante es cómo. Entiendo tus sentimientos, y sobre todo tus recuerdos, porque la infancia y el barrio en que creces te marcan a fuego para toda tu vida, y transmitir eso a los hijos es importante y casi diría que obligado. ¿No les damos de serie un código genético y los cromosomas? Pues con más razón aún las tradiciones deben transmitirse. Enhorabuena por una jornada tan intensa, me alegro por toda la familia y por ti. Y a ver si te enteras de quien era el crack que llevabas al lado repartiendo de todo. Un abrazo. Armando

Anónimo dijo...

Como siempre, me haces reir (es que me imagino las situaciones y tu cara y me parto) y llorar a partes iguales.
Miss you tela, maifrén.
Reich

Anónimo dijo...

Precioso, Salva. Esta es nuestra Semana Santa, una mezcla perfecta de sentimiento, tradición y familia. Un beso. Mª José

Pilar Terceño dijo...

Vaya, tú te has emocionado, y yo leyéndote también, me he reído, con algunos recuerdos, y leyendo los priimeros renglones le he dicho a la pantalla del ordenador "por cinco duritos, por cinco duritos..." es que los concursos no podían fantar en esta entrada.
Lo que me recuerda que, sin falta, debo preguntar a tus hijos si tú pagas los centimitos de las preguntas acertadas...
Yo nunca viví la Semana Santa desde el lado del nazareno. Nunca salí en ninguna cofradía, ni pertenecí a ninguna hermandad. No por nada, es que nunca sentí esa necesidad, esa llamada. Pero por eso,y porque sé que ella no es de escribir tanto, desde aquí quiero también añadir el recuerdo de Marta, que os miraba con envidia cuando os íbais vestidos de nazareno, todos esos años en los que ella no pudo salir...Pero luego, con deportividad, íbamos las tres juntas a veros por la calle Rioja.
En fin. Recuerdos. Me ha gustado mucho esta entrada. Muy entrañable!

Anónimo dijo...

Salva, preciosa entrada. Me sumo a las palabras de mi hermana. Un abrazo!
Bea

Salva & co. dijo...

Hola, PIlar! Es normal, cuando los niños son pequeños... uf. Nosotros nos hemos pegado años sin ver cofradías y ahora empezamos a volver... Y, sobre acordarme de tu madre, pues... ¿tú que crees? Mucho y, en determinadas circunstancias, aún más. Besitos gordos.

Salva & co. dijo...

Jajaja... gracias, Armando. Ya te informaré si doy con el tipo. de verdad que era todo un espectáculo. Sobre lo de las tradiciones, es evidente que coincidimos. Tú lo has experimentado y disfrutado este año también. No tengo que describírtelo. En realidad creo que es importante transmitirles cosas, valores, sentimientos, educación, la capacidad de pensar y analizar, el respeto...y las tradiciones, pues ahí van en el lote. UN fuerte abrazo y gracias por pasar pa dentro.

Salva & co. dijo...

Hola, Reich! Cuánto tiempo! Ser capaz de divertir y emocionar a partes iguales es lo que siempre he soñado con alcanzar. Me colmas, amiga. Ya sabes que te quiero taco. Besitos.

Salva & co. dijo...

Gracias, Mª José! Está claro que juego con ventaja a la hora de llegar al corazón de la gente que siente como yo. Mil gracias por pasar pa dentro. Besitos.

Salva & co. dijo...

Hola, Pili! Si te digo la verdad, uno de mis grandes temores a la hora de escribir las entradas es la extensión (y desde la entrada anterior, cometer alguna falta de ortografía...ejem) y siempre ando midiéndome para no extenderme mucho. Que tengo fama de pesado... En esta entrada pretendía contar mi experiencia de este año como padre, con los niños y su vivencia. Era inevitable que brotaran recuerdos de las Semanas Santas "pasadas" (como un "Mr Scroodge en la carrera oficial...jajaja). Evidentemente me he dejado a mucha gente y muchos recuerdos en el tintero, pero es inevitable. Claro que me acuerdo de cuando ibais a vernos mamá, Marta y tú y de cuando me quise comer el bocadillo de fuagrás a través de la tela del antifaz y de cuando me lo quemaron con un cirio. Y de los padrenuestros juntos antes de salir y de vosotras en el balcón. Me acuerdo de vuestros novietes/amigos que os sacaban de mantilla y de los pepitos de lomo que nos comíamos en el "Clavelito" de los Terceros con los primos Mena y Pérez. Bueno, seguiría pero he dicho que no quiero aburrir. En fin, aparecéis en todos mis recuerdos, pero solo puedo escribir algunos y escribí la entrada el jueves santo de 0 a 3h. Ni la revisé ni la corregí. Tal y como brotó le di al intro. El año que viene, más. Besitos .

Salva & co. dijo...

Muchas gracias, Bea! Te reitero lo que le he dicho a tu hermana. Gracia por leerme, con la que tienes ahora mismo encima. ¿Qué tal la peque? Besitos para los tres. Muaacckkss

Marisa Solana dijo...

Gracias Salva, por esa capacidad de emocionarte y emocionarnos, que hermosa y fascinante es la sencillez y que hermosa y fascinante es la persona que es capaz de transmitir tanto con el don de palabra,
miles de besos, Marisa

Luis Rozados dijo...

Hola Salva, creo que por fin puedo escribir un comentario en tu Blog. Y parece que sea como una señal que debute con este post de Semana Santa con tus hijos.

Porque lo que describes es así, es lo que se siente cuando de solo, pasas a salir con tus hijos . Es lo que se ve tras el antifaz, de forma anónima y curiosa. ¡la de historias que se crean en esas horas!. y es todo lo que se piensas en esas horas de sacrificio. Te pasa tu vida entera por la cabeza y te vuelves romántico y sensible a la vez.

Por suerte, siempre positivo, empezamos a tener una edad para recordar, vivir cosas nuevas y transmitirlas. Porque en definitiva, de lo que se trata es de llenar tus años de vida y no tu vida de simples años.

Enhorabuena! me ha gustado mucho. Por cierto fui a verte, pero no te encontré. Pero es también es la Semana santa y la estación de penitencia.

Un abrazo,

Luis Rozados

Yoyo dijo...

Querido Salva, felicidades por haber compartido esta experiencia con tus pequeños. Debe ser algo indescriptible aunque tú nos lo hagas llegar tan bien. Me encanta eso de que llevéis algo prestado de un amigo o de un familiar, me gusta. Con vuestra penitencia le estáis regalando un capítulo de su historia a esas túnicas y a esa vara, y por supuesto, a sus dueños. Me parece bonito.
Tu historia de los cinco duros me parece tierna y divertida. D. Salvador, tu padre, ya os iba preparando con esmero, con orgullo y con la esperanza que la saga continuará por el mismo camino. Buen maestro y buen padre.
Creo, que a todos nos has hecho rememorar muchos momentos y anécdotas, la colección de alfileres, los susurros al oído y esa maravillosa vuelta a casa, en vuestro caso de la penitencia, y en el mío de las madrugadas, para disfrutar de ese baquetazo adornado de sabores y olores de lo recién cocinado.
Lástima no tener congelada la imagen de tu reflejo en ese escaparate con tus hijos, aunque tú si lo retendrás en tu retina. Digna de una foto. El diagólogo con tus hijos genial. Me he partido.
En definitiva, orgullo de amiga por Enseñar y Vivir las tradiciones con tus hijos. Es parte del legado que les dejarás. El más preciado tu amor, tu sabiduría, tus experiencias y vivencias.
Enormes pellizcos de cariño.

Salva & co. dijo...

Hola, Yoyita! Gracias a ti por, como siempre, leerla y comentarla. ¡Cuánta faena te doy, miarma! Cuando me den el Nobel de literatura t citaré en mi discurso en Estocolmo, te lo juro...jajaja. Para mí, escribir es casi una necesidad y, en estos tiempos en que uno no puede tomarse una tapa y un botellín sin hacerle una foto y colgarlo en feisbu, esta es mi vía de escape, de contar, de abrirme...En esta entrada se mezclan muchas cosas (unidas a miedo de no extenderme demasiado): la emoción de nuestra primera salida juntos, el descubrimiento, la enseñanza, los recuerdos, las tradiciones, las vivencias propias y ajenas, la familia, la fe, la amistad y el amor... por no aburrir. ¡Fíjate si se unen cosas! Y para mí, la grandeza es que todo es parte de mi vida, además de que, parcialmente, sea de parte de la de otras personas o personitas. Evidentemente, la vida de cada uno de nosotros está llena de recuerdos similares que brotan como y saltan como las palomitas de maíz en la cazuela. De todas formas, la imagen de ese reflejo en el escaparate de los sanitarios sí está grabada... en mi memoria... y en este blog en el que os invito a pasar pa'dentro. Gracias por estar siempre ahí. Besitos.