Collage íntimo

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Trocitos...

domingo, 21 de abril de 2013

El miércoles santo y el adiós de la Tita Conchi

Me sabe mal tener mi blog tan abandonado... pero no tanto como tener que volver a él empujado por el dolor. Vuelvo a él porque sufro y porque necesito contar cosas. Nada más terapéutico que "sacarlo todo" afuera. Y, ¿dónde mejor que aquí?
Hace ya cerca de dos años escribí sobre la muerte (y la vida, claro) de mi tío Luis y hoy, por desgracia, tengo que hablar de otra dolorosa pérdida.
El pasado Miércoles Santo, por sorpresa, abandonaba mi vida mi "tita" Conchi. La que fuera mi madrina y hermana de mi padre y de mi padrino, mi tío Joaquín.
Mi padre, mi hermano Nacho y yo, como buenos baratilleros, cada Miércoles Santo disfrutamos de la tradición de madrugar para ir a la misa de los hermanos en la capilla. Esta se celebra a las ocho de la mañana y luego pasamos la mañana juntos visitando las iglesias de La Sed, San Bernardo y alguna otra de las del día. Desayunamos y charlamos de nuestras cosas con la pausa de un día de fiesta.
Este año la triste noticia nos desgarraba el alma apenas despuntaba el día. Mi tío Joaquín se enfrentó a la misma dificultad y facilidad a la hora de comunicármelo como me encontré yo, después de su llamada, a la hora de transmitírselo a mi padre y a mi hermano. Las palabras no quieren salir, temen el dolor del otro, la sorpresa brutal, la sangre helada detenida en las venas. Pero las palabras han de salir; no tienen opción de quedarse dentro ni de mutar su mensaje. Y salen sin remedio: la tita Conchi ha fallecido. No disponemos de suficientes explicaciones; los datos son parcos y ambiguos. En el fondo ya da igual porque ella se ha ido.
El mazazo en el alma es despiadado y brutal. La cabeza es la que primero lo aqueja. La noticia nos noquea durante un buen rato durante el cual no sabemos bien cómo reaccionar. Luego, a medida que pasan los minutos y las horas, la mente, con su despiadada eficiencia, asimila las palabras y los hechos y se inicia el sufrimiento del alma. Ya no la veremos más.
Ya no veremos más su sonrisa entrañable ni disfrutaremos de su cálido abrazo ni de su infinita hospitalidad. Hay tantos recuerdos (tan antiguos como la persona que soy) en los que las paredes de la casa de mis tíos Conchi y Gustavo son el escenario que resulta complicado enumerarlos u ordenarlos: las Nocheviejas con el brindis de la familia "Ausentes y presentes, de hoy en un año" y aquellos inolvidables especiales de Martes y Trece, las tardes del día de Reyes, las meriendas del día de la Inmaculada, las partidas al "Diccionario", las salidas de San Roque y Los Negritos, las meriendas con los niños, los días en la playa... Siempre con su alegría y su generosidad, su sentido del humor, sus idas y venidas a la cocina trayendo y llevando cosas, sus regalos para todos, sus sempiternas dietas para adelgazar, sus consultas médicas, su siempre exceso de preocupación, "cuidado con la puerta del ascensor", y su anecdotario dislocado "Terceño, con P de Barcelona" y esas cositas tan suyas y con las que tanto nos reíamos...
Echaremos de menos las risas de cuando nos metíamos con su manía de cambiar los muebles de sitio cada dos por tres, ni con su afición por las compras en Portugal, su "afición" por los funerales, ni cuando le decía siempre a mi padre aquella frase de "tú estás más delgado..." porque ella siempre encontraba en los demás la delgadez que deseaba para si.
No puedo evitar sufrir por su pérdida, por no tenerla, por no poder aconsejarla más y mejor, por su mala suerte, por lo que se ha quedado sin vivir y por lo que yo y los míos ya no vamos a vivir de ella. Me duele el alma por cada vez que no pude ir a verla un rato a su casa a tomar un cafelillo y charlar de las cosas de la vida. Como este Domingo de Ramos en que, como casi siempre, reunió a su gente con la excusa de ver salir San Roque. Al final, se nos hizo tarde y los niños estaban muy cansados... Lo dejamos para otro momento, porque siempre damos por supuesto que habrá otro momento... 
Hubiera sido algo parecido a una despedida. Un pequeño bálsamo para nuestro corazón. Una pizca de consuelo capaz de paliar en parte tanto desconcierto y tanto dolor ahogado. Esa paz que otorga la sensación de haberte "despedido" de alguien, aunque no supieras que se trataba de una despedida, aunque no fuera más que un último momento cotidiano.
Es curioso, pero las lágrimas tardaron en salir. Creo que en un primer momento, la sorpresa y la incertidumbre consiguieron más alertarme que derrumbarme. Por mi profesión tengo más contacto que el que desearía con la muerte y he aprendido que con frecuencia ésta llega sin avisar y no siempre sabes cómo explicarlo. Ello, indefectiblemente, te hace aceptar la muerte de forma diferente. Las siguientes horas trascurrieron por territorios comunes y momentos parcialmente "ya vividos". Las llamadas, los encuentros, compartir el dolor con la familia, los recuerdos y las conversaciones triviales, los incómodos silencios, ver cómo otros encajan la noticia, ver cómo la noticia cambia en ti... Y ese estar en el tanatorio con la sensación de que iba a aparecer en cualquier momento...
Al día siguiente tuvieron lugar una misa y el entierro. Siempre había pensado que, con la cantidad de funerales y misas de difunto a los que asistía la tita Conchi, el suyo estaría, algo así como la boda de Lolita. Era un pensamiento tonto pero me parecía lo justo. La capilla del tanatorio de San Jerónimo mostraba un lleno muy digno pero sin la menor apretura. Llegué muy justo y, tras colocarme en una esquina, escruté la sala y me pareció perfecta. No hacía la menor falta que rebosara de gente, estaban los que tenían que estar, su familia, sus amigos, su gente.. y el dolor y el cariño inundaban la sala con un ambiente tan íntimo que me sobrecogió. Luego, en el momento de la comunión, sus más cercanos seres queridos desfilaron por delante del féretro y fue entonces cuando lloré. 
Yo no quería que se me notara mucho, evidentemente no por nada relacionado con una mal entendida virilidad, sino por una mera y bien entendida discreción. Mi hermano Nacho se percató y me dejó unas cálidas e inolvidables caricias en el cuello y la espalda. Luego me serené.
Me quedo con esas caricias, con mis buenos recuerdos, con su gran familia, Gustavo, Pilar, Beatriz, Lucas y Joaquín, las niñas... con los amigos y con lo que de ella queda en mí. Me quedo con lo que aprendí de aquellos dos días de dolor, de las lágrimas en ojos ajenos, de las palabras nuevas que me ayudaron a conocerla y quererla más.
Me quedo con todo eso y con la cruel y rica enseñanza de que a veces no hay un mañana y no podemos andar siempre dejando cosas para más adelante, sobre todo en lo que respecta a cosas importantes como pasar tiempo con aquellos a quienes quieres.
Gracias por todo, tita Conchi. Te llevamos en el corazón y te querremos siempre.

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Salvador Terceño Raposo

4 comentarios:

Yo no soy sonsi dijo...

Lo siento mucho, Salva. Las personas afortunadas atesoran cariños y hacen familia como la vuestra. El precio es el dolor cuando se van.
Un abrazo muy fuerte.

Yoyo dijo...

Querido Salva! Así es la vida. Es una montaña rusa son sus subidas y bajadas. Y en estos vertiginosos descensos llega este momento tan triste y no deseado: "el fin de la existencia de un ser querido". Creo y pienso que lo positivo de todo ésto, es que al final, y lo digo por experiencia, tu mente se queda con los buenos momentos y las buenas cosas de las personas que quieres. Tú ya lo has hecho con la descripción tan amorosa que haces de ella. Pues sí, quedaros con ésto tú y tu familia pues a ella misma le encantará que la recordéis así. Hoy se sentirá muy orgullosa de tí por
este gran homenaje que le has dedicado.
También te tengo que decir que hoy, nos has recordado
a todos algunas cosas. Ya que estoy hoy en Jerez,
visitaré a mi tía y también madrina, en lugar de hacer
otras cosas insignificantes. Gracias!!!
Gracias por volver al blog y por escribir cosas tan
hermosas cómo éstas, aunque también sean tristes. Ya te echábamos de menos!

Pellizcos de cariño,

Salva & co. dijo...

Hola, Silvia. Tienes toda la razón, el preio de la felicidad es el miedo a perderla o el dolor de su pérdida. Qué grande eres, por dios! Un beso.

Salva & co. dijo...

Hola, Yoyita! La de la montaña rusa es una metáfira que siempre me ha encantado... y todos querenmos siempre seguir dando vueltas en la montaña, arriba y abajo... Aunque sabemos que siempre hay algún "fin" a la vuelta de la esquina. Los recuerdos nos consuelan pero sólo parciamente, pero claro, entre nada y los recuerdos... bendito sean los recuerdos. Los recuerdos y las grandes lecciones que nos enseña la vida. Gracias a ti por esperarme! Reciba Vd. un pespunte de besos... muack-muack-muack-muack...