Collage íntimo

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Trocitos...

jueves, 30 de junio de 2011

Mi ciudad con otros ojos

Este puente del Corpus han venido a visitarnos unos amigos de Madrid. Son de esos a los que se quiere tela pero no se puede ver más que de vez en cuando... ¡y te sabe a gloria!

Uno de los matrimonios, Juancar y Mª José (¡hola, primos!), ya habían venido a Sevilla bastantes veces, tantas, que cuando vienen sólo nos dedicamos a pasear, hacer cosas con los niños, tomar tapitas y disfrutar de su compañía.

El otro matrimonio, Merce y Alfonso (¡hola, a los de La Vega!), nunca habían estado en Sevilla, por lo que tocaba ponerse ropa fresca, calzado cómodo, mochila al hombro y patearse la ciudad para descubrírsela como Dios manda...

Entonces, uno se pone a calcular los días de que disponemos y todo lo que se debe ver, elaborando una especie de planning con las visitas obligadas, un itinerario mental en el que aparecen, como etapas de una carrera, los monumentos, las plazas, los barrios, las iglesias, los rincones, las calles, los espectáculos, las vistas, los paseos y las estampas que uno espera que queden grabadas en su retina.

El turismo es muy cansado, pero con niños y 40 grados a la sombra, aún más. Pero eso no nos amilanó, más al contrario, cargamos las mochilas de botellas de agua, zumos y gorras y fuimos haciendo las paradas necesarias para que los enanos descansaran y tomaran un heladito o los no-tan-enanos nos hidrataramos con unas cruzcampo fresquitas...

Y, así fuimos visitando la Catedral, la plaza de San Francisco y la plaza Nueva, la calle Sierpes, el Salvador, el Barrio de Santa Cruz, el Alcázar... mostrando la maravilla que el día a día no nos deja ver, la belleza que damos por supuesto y normalmente no nos paramos a admirar... dejando que el pecho se me llenara de orgullo que mostrar lo que me parecía un auténtico tesoro al descubierto, que me pertenecía un poco.

Los Venerables, las plazas de Santa Cruz y Doña Elvira, un vinito de naranja en la bodeguita de Álvaro Peregil en Mateos Gago, bajar por Betis (con perdón), subir por Pureza, Santa Ana, la capilla de los Marineros, el Altozano... y el Puente de Triana con su amplia y generosa vista. La Maestranza, la Torre del Oro, un paseo en barco por nuestro verde y ancho Guadalquivir y deleitar el paladar en la freiduría de García de Vinuesa, bien hasta arriba de un increíble adobo y resto de frituras al uso, bien regadas con gélidas latas de Cruzcampo...
...Y, por la tarde, la magnífica y singular Plaza de españa y el Parque de María Luisa.
No va más...

Cada ciudad es única, genuína, original y auténtica a su manera. Siempre he huído del chobinismo de los que blanden con beligerancia su "mi ciudad es la mejor", sobre todo desde que estuve en París. ¡Dios! Cuando vas a París, si eres medio normal, se te quitan todas las tonterías de "como mi ciudad, ninguna" y aprendes -básicamente, porque no te queda más remedio- a admirar con humildad lo que no es tuyo. Praga me pareció una ciudad alucinante, me sedujo hasta el punto de estar subiendo al avión de vuelta pensando cuándo podría volver. Budapest me impresionó, me sorprendió y me sobrecogió, permitiéndome comprender cada uno de las épocas históricas por las que había pasado.Supongo que igual ocurrirá con otras grandes ciudades que no he visitado como Londres, Roma, Nueva York, etc.

Que nadie me entienda mal; yo adoro mi ciudad. Con sus virtudes y sus defectos, con su innegable y brutal belleza, con su caprichosa arquitectura, sus plazas soleadas y sus callejuelas en sombra, con el río grande que la riega y las tabernas que la salpican, con sus vírgenes y sus vicios, con sus cristos y sus penitencias. Es mi ciudad, por ella pululan casi todos mis recuerdos; sobre ella se ha escrito la mayor parte de mi historia y la de mi gente; es pequeña, cercana, extrovertida, luminosa, fresca, alegre, barroca, desafiante y llena de recovecos en las calles y en sus gentes.

Me gusta tanto, que jamás diría que es la mejor ni la más bonita.

Me gusta tanto, que, de vez en cuando, me encanta pasear por ella como un turista más, como si la viera por primera vez, admirándome en cada esquina, descubriéndola a cada paso, a cada mirada, a cada sorbo y a cada bocado, haciendo mil fotos, mezclándome con otros turistas para escuchar sus comentarios y llenarme de su frescura.

Por eso, y por todo lo demás, me gusta que vengan amigos a verla.

En noviembre, claro.

(Es broma, amiguetes. Venid cuando queráis; siempre es una alegría teneros cerca. Besitos gordos para JC, MJ, M y A. Y, por supuesto, para R, L, C y C. ¡Lo hemos pasado de escándalo!).

lunes, 27 de junio de 2011

La gabardina en la percha

Algunas veces un actor acaba tan vinculado a su personaje que, en ocasiones, llega a resultar difícil distinguir a uno del otro. Después de tantos años de coexistencia al mismo Peter Falk le resultaría difícil definir hasta qué punto él era el teniente Colombo y viceversa.
Incluso en "El cielo sobre Berlín", aclamada película de 1987 en la que trabajó a las órdenes de Wim Wenders, se hace un guiño el respecto en la escena en la que se cruza con un grupo de jóvenes y uno se vuelve y dice a los otros: "Oye, ¿no es ese Colombo?".

Esto es lo que le ha ocurrido a Peter Falk con su alter ego el detective Frank (al parecer se llamaba así) Colombo. Su identificación con el despeinado teniente es tal que queda en un segundo plano el resto de su carrera cienmatográfica y televisiva, sus múltiples premios y sus dos nominaciones al Oscar (mejor actor de reparto por El sindicato del crimen y Un gangster para un milagro).

Aun así, existe un factor que verdaderamente hace valorar en su justa medida su trayectoria y su carrera artística. Peter Falk perdió un ojo a la edad de tres años como consecuencia de un tumor maligno. Desde entonces llevó un ojo de cristal que supuso un enorme lastre en una profesión tan relacionada con la imagen y la estética como la de actor. Aunque, evidentemente, nunca llegó a ser la clásica gran estrella del celuloide a quien le ofrecen los mejores papeles protagonistas, lejos de venirse abajo, usó sus limitaciones físicas para conseguir profundidad y verosimilitud en sus personajes, haciéndolos cercanos y, en cierta forma, tangibles.

Él brilló a su manera, como un tímido antihéroe, desgarbado, despeinado, con su pitillo en una mano y su vaso de café en la otra, dejando que el humo le entrara en los ojos para entornarlos y convertir su defecto físico en un signo de misterio y perspicacia.

Brilló, al fin y al cabo, como una pequeña estrella cercana y tenue que nos deslumbra sin cegarnos.

Ahora sólo queda una gabardina en una percha, lánguida, triste, impregnada de humo y de recuerdos; consciente de que ya nada será igual.

Pero, para no acabar con tristeza, aquí os dejo esta pincelada de humor: la letra que le dedicó a Colombo en aquella sevillana de "Los cuatro detectives" que el gran Pepe da Rosa cantó con tó el arte en los años 70's.



Se busca que hay un caso y tiene tongo...
Al teniente Colombo.

El pobre tiene cara de "aburrio"
y llega con colilla y "encogio".
Pregunta por el dueño de la casa,
y luego que le cuenta lo que pasa,
no queda "convencio".

Se pone a reastrear que no se fia,
igual que un perro en una cacería.
Se mete por el ojo de una aguja.
Se fija en una simple tontería
y da con el granuja.

A mi que este Colombo me empepina,
me gusta, me entretiene, me domina.
Y pienso como muchos ciudadanos,
pa verlo trabajar sin gabardina
ya llegará el verano.


Venga, va. Como os veo con ganas, ahí va el vídeo... http://www.youtube.com/watch?v=b_82SG7Be6M

Besos...

jueves, 16 de junio de 2011

El cisne blanquinegro de Darren Aronofsky



Hace un par de noches ví la peli Cisne negro, de Darren Aronofsky (2010).


Siempre que me acuerdo, antes de ver una peli, trato de leer algo de la crítica para conocer un poco a qué "me enfrento". En este caso, puede que empujado por la confianza que dan las múltiples nominaciones y premios obtenidos por esta cinta, no lo vi necesario. Ha sido , sin embargo, preciso "a posteriori", después de verla, cuando me ha surgido la imperiosa necesidad de echar un vistazo a la crítica, a ver qué decían de ella.


En mi página web de cine favorita http://www.filmaffinity.com/es/main.html me topé con la misma sensación que había tenido al ver la película: había todo tipo de críticas y comentarios, desde los que la calificaban de "genial e imprescindible" hasta los que la consideraban un film "absurdo y esperpéntico". Más de lo primero, la verdad. La siguiente crítica puede servir como muestra:


"Natalie Portman se bebe el lago con los cisnes. (...) Consigue momentos que reflejan un talento insuperable, con otros que, sin ser dicho al pie de la letra, es para darle con un palo en los lomos (...) impresionante interpretación" (E. Rodríguez Marchante: Diario ABC).


Con lo del palo en los lomos me partía de la risa. Los críticos de cine tienen tela de guasa... en el buen sentido.


La cosa es que coincido plenamente con ese crítico en particular y con las sensaciones de la crítica en general. Es una buena película, de magnífica factura, técnicamente brillante, visualmente potente y a ratos deslumbrante, pero llena de tópicos y encorsetados clichés. A saber:

- Nina es una bailarina técnicamente perfecta pero fría, no transmite sentimientos.

- La madre fue también bailarina de carrera frustrada (por tenerla a ella), sobreprotectora hasta la obsesión.

- El director de la compañia es un coreógrafo genial pero si quieres ser primera baliarina has de pasar por su catre.

- La bailarina rival es justo lo opuesto a ella: técnicamente imperfecta pero natural y emotiva con su baile. Por tanto la odia tanto como la envidia.

- La rivalidad entre las bailarinas es feroz...

Bueno, las cositas de siempre.


Natalie Portman está impresionante. Ya sabíamos que es guapa pa rabiar pero, poco a poco, papel a papel, se está convirtiendo en una gran actriz; una de esas que llenan la pantalla y eclipsa a quien se le ponga a la vera. Capaz de resultar verosimil en múltiples registros, nos regala una interpretación merecedora de un Oscar y medio y de, no un Globo de oro, sino de un Zepelín de oro macizo.


Recuerdo cuando fui al cine a ver Beautiful Girls (Ted Demme, 1996), genial y tierno retrato de trentañeros desencantados, en la que prácticamente se daba a conocer una jovencísima Natalie Portman. Como una suerte de entrañable, simpática y sensual versión de "lolita" nos encandilaba con total naturalida y sin piedad al bueno de Timothy Hutton y a un servidor.



Luego, el bueno de Darren tiene cosas de genio entreveradas con pequeñas idas de pinza.


Personalmente, la sensación global tras ver la película es buena. Es de esas que se te queda rondando por la cabeza varios días, prueba innegable de que ha tenido la habilidad de removerte por dentro. Lo que ocurre es que, por momentos, recuerda a un telefilme costeado, tan predecible como insustancial, y a ratos se vuelve frenética y desconcertante, salvaje, onírica y sugerente. Igual esa es la intención del director, desconcertarnos, impresionarnos, removernos, aunque sea con sensaciones desconcertantes.


Bueno, sobre el desarrollo de la peli y el desenlace no cuento nada por si alguien no la ha visto.


Que nadie me entienda mal, eh, esta es una peli que recomiendo a pesar de sus "cosillas", pues no es fácil ver hoy día a una actriz en estado de gracia a la que la pantalla se le queda pequeña y la envolvente atmósfera de un director diferente que trata sin tapujos de mostrar las cosas desde su particular punto de vista. Eso siempre es de agradecer, con lo que tenemos por esas carteleras...


Por lo demás, parece que tenemos encima el verano...


Sed buenos. Os quiero tela.

viernes, 10 de junio de 2011

El filete de ternera y la espuma de humo

Veréis, me he dado cuenta que me había equivocado. Al menos, en parte.
Siempre había hablado regular a cerca de la Nouvelle cuisine o Nueva Cocina, al menos en lo que respecta a esos restaurantes que basan su filosofía, fundamentlamente, en poner poquito y cobrar mucho.

Irremediablemente, y por mi falta de conocimiento, había incluído en este saco al reconocidísimo Ferrán Adriá. Había oído por ahí algo sobre sus platos y lo que cuesta comer en su restaurante "El Bulli" y confieso que me parecía un dinero que yo nunca pagaría.



Pero hace un par de días ví un documental que tenía grabado hace tiempo y, sinceramente, he cambiado de opinión. No sé si algún día llegaré a ir a comer a El Bulli, pero, al menos, mi conocimiento, mi visión, y mi opinión a cerca de ese genial cocinero ha cambiado.
En el documental cuentan la historia y evolución del restaurante desde sus inicio hasta la actualidad, consiguiendo que se vuelvan transparentes la filosofía, las intenciones y las inquietudes de un creador nato.

No voy a contar aquí palabra por palabra todo lo que se dice en él, pero sí quería transmitiros lo que yo considero el meollo de la cuestión. Dicho meollo se descubre en el momento en que Adriá narra cómo hubo un antes y un después en "El Bulli" a raíz de quitar de la carta del filete de ternera (o buey, no me acuerdo). Todo restaurante que se precie tiene como uno de sus platos estrella y más caros el filetaco de la mejor carne de vacuno, ¡y él se atrevió a quitarlo!
Quien quiera comer un filete de ternera tiene muchos sitios donde ir. Aquí hacemos otra cosa, dijo Ferrán.

Este es el quid de la cuestión. Ferrán es cocinero, pero no es sólo eso. Es un creador nato, un artista, un investigador incansable. Innovador intranquilo, buscador constante y pensador en el más extenso sentido de la palabra. Su preocupación principal no es tanto cocinar como investigar para crear.



Su imaginación y su capacidad de desafiar la lógica y lo establecido le lleva a trabajar en la búsqueda constante de lo imposible. Como ejemplo sirva su sueño de crear una gelatina caliente, cosa hasta entonces impensable. De todos es sabido que la gelatina necesita para serlo el frío tanto como la paella necesita el arroz. Investigó e investigó diferentes técnicas hasta que dio con el agar-agar que usan en la cocina oriental y que, al parecer, mantiene su consistencia gelatinosa hasta los 80 grados centígrados.

Sus platos y su carta tienen cierto carácter provocador, esa búsqueda de lo inexistente, esa pretenciosa intención de sorprender al que espera ser sorprendido, ese amistosamente desafiante juego constante... la deconstrucción como camino hacia la creación, supongo.

Destaca él mismo en el documental, la intención provocadora de su conocida espuma de humo. Quienes iban a El Bulli, al leer en su carta "espuma de humo" dejaban volar su imaginación tratando de imaginar qué exiquisito manjar sería aquella espuma de humo... descubriendo finalmente que simplemente se trataba de una espuma que sabía a humo. Ni más ni menos.

Desde los cambios de texturas, temperaturas, formas, orden, disposición e ingredientes, hasta el diseño de vajillas, confección de cartas, etc. Ferrán Adriá es un inventor, un mago, un creador incansable. Se planta ante los fogones como un genio de la pintura ante su lienzo en blanco o como un genial poeta ante el papel desnudo. Su necesidad más imperiosa no parece ser dar de comer a la gente, sino moverles algo por dentro, ofrecerles otros caminos posibles, crear nuevos caminos, hacerles pensar y vibrar...
Por eso ha llegado a ser considerado el mejor chef del mundo durante muchos años consecutivos (hoy día, sin duda, uno de los 2 ó 3 mejores del mundo) y El Bulli el mejor restaurante del mundo.


Por cierto, un mito que se desmiente: la famosa tortilla de patatas deconstruída no es suya, sino de un cocinero llamado Marc Singla. Cosas de la vida.

Ahora sólo me queda poner una huchita, como esas que ponen los niños para ahorrar para ir a Eurodisney, y empezar a echar monedas para hacer un viaje gastronómico a la Costa Brava, a El Bulli... Y allí dejarme seducir por el arte, la magia, la creatividad y la provocación de uno de los mejores chefs del mundo.

¿Quién se viene?